Más de 60
trabajadores salteños sometidos a condiciones indignas de trabajo en la
vendimia canaria son, de momento, la muestra palmaria de que la históricas
vulneraciones que enfrenta el eslabón más débil del proletariado rural, el de
los trabajadores zafrales, se están agravando ferozmente por la seca.
No afloja.
El meteorólogo Mario Bidegain publicó un pronóstico para marzo según el cual
las temperaturas serían este mes superiores a las promediales (entre medio
grado y un grado y medio) mientras que las lluvias serían entre 10 y 20
milímetros inferiores a las habituales. Las olas de calor que se suceden hacen
temer que las predicciones se hayan quedado cortas mientras los productores
rurales suben a las redes fotos del estado de sus campos y sus bichos que dan
ganas de llorar, y los habitantes de Montevideo comparten en el mismo espacio
su indignación por el precio que alcanzan algunas frutas. Los números sobre las
pérdidas que está produciendo la sequía no cesan de renovarse.
La cuenta
que se ve menos es la de las consecuencias que el episodio está teniendo en el
empleo. Se han difundido, sí, los ajustes que ha tenido que hacer la industria
láctea. Conaprole cerró temporalmente sus plantas de Rincón del Pino y de
Mercedes, mientras que la de Florida está trabajando a un ritmo menor al
habitual, lo que supuso un acuerdo entre el sindicato y la empresa sobre el
destino de los trabajadores afectados. Pero pocos son los rubros vinculados al
sector agropecuario que cuentan con una organización sindical tan poderosa y
solo los sectores agroindustriales tienen a su personal protegido por el
régimen general del seguro de desempleo.
Así como
las ubres se secan, las flores se marchitan, se forman menos frutas, las que se
forman son más pequeñas y, en general, de peor calidad. Y en la granja pasa lo
mismo con el empleo. «El año pasado éramos 60 o 70 en la cosecha de manzana.
¿Sabés cuántos somos esta zafra? ¡Somos diez!», exclamó Gérman González,
trabajador de Mi Granja, en el oeste de San José y dirigente de la Unión de
Trabajadores Rurales y Agroindustriales del Uruguay (UTRAU).
ZAFRAS DE VULNERACIONES
Según una
pesquisa de los sociólogos Alberto Riella y Jessica Ramírez sobre la
transitoriedad laboral y la vulnerabilidad social en el agro uruguayo, la
cuarta parte de los trabajadores del sector es transitoria.1 De acuerdo con las
cifras más recientes del Banco de Previsión Social, que son de 2021, la
cantidad de trabajadores dependientes que cotizaban a la caja rural eran 80
mil, pero, dado el subregistro que existe en el sector, debe haber más de 100
mil personas ocupadas en tareas agropecuarias, por lo que los transitorios
serían por lo menos 25 mil.
Sin
embargo, la estimación promedia porcentajes que son distintos en los diversos
rubros de la actividad agropecuaria. En la hortifruticultura el 35,6 por ciento
de los trabajadores son temporales, pero hasta en la ganadería los zafrales
tienen su relieve, son el 18,6 por ciento. Ambas ramas explican la mayor parte
de los empleos que genera el agro (el 77 por ciento).
Allá lejos
y hace tiempo, la zafra podía ser un complemento de las actividades que una
familia de productores minifundistas llevaba adelante en su propio campito. Hoy
esto es una rareza absoluta. De acuerdo con la investigación citada, de cada
diez trabajadores temporales solo dos vivían en el medio rural. Más de la mitad
lo hace en localidades de más de 5 mil habitantes. «Viven en la periferia de
las ciudades. Se trasladan en los ómnibus que ponen las granjas. A veces en
camiones. Viven en Ciudad del Plata, en Las Piedras, en 18 de Mayo, en 25 de
Agosto, en Juanicó, en las orillas de San José, Paysandú o Salto. En sus
momentos de descanso son habitantes urbanos que van a tomar mate a la plaza,
pero durante su jornada laboral son trabajadores rurales», explicó González.
Además, son
más jóvenes que el resto de los trabajadores rurales. Cuatro de cada diez
tienen menos de 25 años y uno de cada diez, incluso, menos de 18. Y hay más
mujeres entre quienes dependen de las zafras para pasar la temporada que entre
quienes tienen empleo estable.
Y, como
subrayó González, pocos cuerpos logran sostener el esfuerzo de la cosecha
pasados los 50. «Es muy difícil jubilarse por el sector granjero. ¿A cuántos
trabajadores de 59 años ves cosechando papas? Si estás en la fruta, con 45
años, si tenés que subir y bajar una y otra vez una escalera de 3 metros con un
bolso cargado con 15 quilos, cuando querés acordar, tenés la cintura y el lomo
hechos mierda», recordó el trabajador. Solo el 9 por ciento de los transitorios
tiene más de 55 años, reporta el artículo de Riella y Ramírez, otra cosa que el
proyecto de reforma jubilatoria dejó para después.
La mitad de
estos trabajadores no aporta a la seguridad social; si se enferma, no cobra.
Aunque, sudando bastante, los más fuertes y hábiles pueden lograr buenos
ingresos en una zafra, el 60 por ciento no llega a ganar los 21 mil pesos
prescritos como salario mínimo nacional. «Casi todos los granjeros pagan el
laudo, pero si te llueve cinco días o si una seca te acorta la zafra, no
llegás», ilustró González. Tampoco tienen demasiada chance de obtener otro tipo
de empleo. El 65 por ciento no llegó a completar el ciclo básico. Uno de cada
diez ni siquiera terminó la escuela.
«Cuando no
hay zafra, son recicladores, juntan piñas, siempre pichuleando, bordeando a
veces la ilegalidad. Viven en las zonas más vulnerables, en lugares inundables,
como el Delta del Tigre, en ranchos de costaneros, de cartón, de chapa. Son
vulnerables por todos lados. Sufren por la ausencia del Sistema Nacional de
Cuidados, por la violencia de género, por las adicciones. Esos problemas que
tiene toda la sociedad estas compañeras los sufren con más énfasis», aseguró el
sindicalista. Solo los trabajadores permanentes logran adquirir
especializaciones reconocidas, como el manejo de maquinaria agrícola o el
dominio de las técnicas de plantación, cura, fumigación, injerto o poda. Pero
en un naranjal solo uno de cada diez trabajadores permanece empleado una vez
finalizada la cosecha.
SEGURO FALTA
«Los
mercados de empleo agrario se caracterizan históricamente por estar conformados
con base en ocupaciones estacionales o temporarias, debido a la propia
naturaleza de la actividad agraria, que supone un desfasaje entre el tiempo de
trabajo y el tiempo de producción», recuerdan Riella y Ramírez en su trabajo.
Pero,
aunque esto sea así desde el Neolítico, a partir de la década pasada se vienen
acumulando evidencias de que está aumentando la temporalidad de los empleos
agrícolas, ya no por las disímiles cargas de trabajo que imponen las
estaciones, sino por cambios tecnológicos, deliberados, que –disminuyendo
costos y maximizando ganancias– agravan a la vez la vulnerabilidad de los
trabajadores del sector.
En Uruguay,
por ejemplo, es bastante conocido cómo cambiar las variedades de citrus
producidas para satisfacer las nuevas demandas del mercado internacional
condujo a un acortamiento de la zafra, proceso que, además, se hizo con el
apoyo de políticas públicas.
No obstante,
el régimen de seguro de desempleo de los trabajadores rurales es el más
exigente de todos. En la generalidad de los sectores, un trabajador debe contar
180 días en planilla si es mensual o 150 jornales si es jornalero para tener
derecho al seguro. Los rurales, en cambio, tienen que reunir 270 días en
planilla si son mensuales o 225 jornales declarados. «Eso significa trabajar
todo el año sin perder un día, sin enfermarme, sin descansar», graficó
González. «¿Por qué somos trabajadores de segunda clase?», imprecó.
Ese régimen
hace que ritualmente el Parlamento vote seguros especiales para los
trabajadores citrícolas, que son el volumen mayor de los temporarios. Y es por
esto también que UTRAU elaboró un proyecto de ley que busca enmendar esta
inequidad definiendo diversas soluciones para dar cuenta de las diferentes
situaciones de trabajadores permanentes, jornaleros y destajistas. «Porque el
destajista, genere lo que genere, nunca agarra un mango de seguro de paro. Por
eso proponemos que, de acuerdo a la cantidad de bases de prestaciones y
contribuciones por las que aporte, tenga derecho a una cantidad correlativa de
días cubiertos por el seguro», comentó González.
En abril
del año pasado el sindicato hizo llegar su proyecto a todos los legisladores y
a las autoridades de varios organismos. Pasó casi un año. «Hasta ahora, los
únicos que nos prestaron atención fueron los compañeros del Equipo de
Representación de los Trabajadores en el BPS [Banco de Previsión Social]»,
acotó el dirigente.
DEMANDANTES Y OFERTADOS
No solo los
manzanos sufrieron la falta de agua. Probablemente nadie en el litoral se esté
atreviendo a silbar «Naranjo en flor» ante tanto azahar marchito. «Son seis
meses de trabajo que la gente va a perder en el invierno por el aborto del citrus.
El zapallo, aviso, va a estar arriba de los 200 pesos el quilo porque las
flores, donde no hay riego, se cayeron. Los pequeños y medianos productores,
que no tienen riego, pero son los responsables del mayor volumen, perdieron
todo. De pera y durazno se perdió el 50 por ciento», explicó Enrique López
Tozi, dirigente de la UTRAU en Canelones.
También en
el empaque cae el empleo, porque, como la calidad de la fruta hace que no se
coloque fresca, se la envía a la industria para hacer concentrados y, en tal
caso, no son necesarias las tareas de clasificación y empacado que requiere su
comercialización en la verdulería. Es decir, por todos lados falta trabajo.
«Ahí es
donde entran a jugar estos fenómenos que te embarcan en una camioneta o un
camión y te traen a trabajar a 300 o 400 quilómetros de tu casa por dos
mangos», enfatizó González. El fenómeno esta vez se llama Álvaro Soria, alias
el Manso, contratista a quien se tiene por radicado en Salto.
«Hola,
buenas tardes, gente. Nos vinimos de la ciudad de Salto por trabajo […]. Y
estamos trabajando en la uva. Y llegamos hace una semana. Y estamos pasando lo
que a ningún trabajador le gustaría pasar: 14 pesos el cajón. ¡Un precio que ni
te da para pagarte los pasajes! […] el contratista engaña a la gente»,
comenzaba poniendo en Facebook alguien llamado José Cruz y que los dirigentes
de UTRAU conocieron rápidamente.
El caso
ocurre en la zona de Las Brujas, Canelones. López Tozi, de 18 de Mayo, ciudad
situada entre Progreso y Las Piedras, era el que estaba más cerca y allá se
largó en su moto. «Fue una estafa», dijo a Brecha. «Los tienen trabajando en
negro. Les dijeron que venían a una empresa y los repartieron en unas 20
quintas. El cajón se lo están pagando a un precio muy bajo: 14 pesos. Acá lo
mínimo que se cobra es 18. A 18 pesos, para sacar el mínimo laudado [934
pesos], la persona debería cosechar 52 cajones por día y, con la sequía, eso
cuesta mucho. Las vides actuales, cuando están bien, tienen la mitad del
volumen de fruta habitual. Las peor cuidadas apenas tienen el 10 por ciento de
lo normal.»
Los laudos
establecen un monto ficto por alimentación y vivienda equivalente a 5.707,33
pesos por mes. «La idea es que tenés que tener una cama, un comedor, un baño y
un vestuario en condiciones; tenés que tener una instalación eléctrica segura,
no una zapatilla para 25 tipos», ilustró González. Los trabajadores referidos
están alojados en un par de galpones, sus lechos son colchones viejos y
ardidos, apoyados directamente en el piso, o pedazos de polifón acomodados
sobre cajones. Ni hablar del resto.
«Estaban sacando unos 12 cajones por fila,
cuando lo normal es sacar 40. No tenían ni para comer. Planteaban que no
lograban rendir por este hecho», contó López Tozi. Se les daban 300 pesos por
semana para alimentarse, por concepto de adelanto. Supieron al llegar que el
viaje de regreso, que debía asegurar el contratista, corría por su cuenta.
«Hoy, jueves, nueve compañeros arrancaron caminando para Salto», narraba el
posteo de Cruz.
De todos
modos no fue sencillo articular la denuncia. La sostienen los 25 trabajadores
que terminaron volviendo a Salto. Los 40 que quedaron siguen aceptando lo que
López Tozi identificó como «condiciones horribles de explotación». E incluso
manifestaron hostilidad ante la aparición del sindicalista.
FACÓN GRANDE
En Río
Grande del Sur también aprieta la seca, también las zafras se agostan y los
trabajadores temporales se ven constreñidos a aceptar lo inaceptable. El 2 de
marzo se supo que la Policía Federal había logrado liberar a 207 trabajadores
de la vendimia que venían soportando, lo que la legislación brasileña denomina
«condiciones análogas a la esclavitud». La situación estaba ocurriendo en tres
de las mayores empresas vitivinícolas de la Sierra Gaúcha. Suena a advertencia.
«Nicolás
Chiesa, el presidente de la Junta Nacional de la Granja, sale a decir que se va
a lograr un subsidio para los productores. Está bárbaro», afirmó González en su
diálogo con el semanario. Sin embargo, preguntó: «¿Quién colabora con los
trabajadores a los que el 31 de marzo se les vence el seguro de paro y que en
los primeros días de abril empezarían a trabajar en el citrus? Porque este año
en el citrus no va a haber trabajo. No lo digo yo. Lo dicen Frutura
[ex-Caputto], Azucitrus, San Miguel de Tucumán, las mayores citrícolas del
país, empresas que, en conjunto, generaban 17 mil puestos de trabajo, ocupados
en su mayoría por jefas de hogar. ¿Qué va a pasar este 31 de marzo?», insistió.
Del Estado,
«que en esto está ausente desde 1830» –dice González–, no espera mucho. Se
acuerda con más cariño de Facón Grande.
1. «El
sector agrario uruguayo. Trabajadores transitorios y vulnerabilidad social»,
Revista de Ciencias Sociales, vol. 34, n.º 49, julio-diciembre 2021.
Publicado
en Brecha, edición número 1946, 10 de marzo de 2023. Titulo original: ¨SEQUÍA DE
DERECHOS EN EL TRABAJO RURAL Las uvas de la ira” Autor: Salvador Neves: 10
marzo, 2023 PUBLICADO EN: EDICIÓN 1946URUGUAY
Más de 60
trabajadores salteños sometidos a condiciones indignas de trabajo en la
vendimia canaria son, de momento, la muestra palmaria de que la históricas
vulneraciones que enfrenta el eslabón más débil del proletariado rural, el de
los trabajadores zafrales, se están agravando ferozmente por la seca.
No afloja.
El meteorólogo Mario Bidegain publicó un pronóstico para marzo según el cual
las temperaturas serían este mes superiores a las promediales (entre medio
grado y un grado y medio) mientras que las lluvias serían entre 10 y 20
milímetros inferiores a las habituales. Las olas de calor que se suceden hacen
temer que las predicciones se hayan quedado cortas mientras los productores
rurales suben a las redes fotos del estado de sus campos y sus bichos que dan
ganas de llorar, y los habitantes de Montevideo comparten en el mismo espacio
su indignación por el precio que alcanzan algunas frutas. Los números sobre las
pérdidas que está produciendo la sequía no cesan de renovarse.
La cuenta
que se ve menos es la de las consecuencias que el episodio está teniendo en el
empleo. Se han difundido, sí, los ajustes que ha tenido que hacer la industria
láctea. Conaprole cerró temporalmente sus plantas de Rincón del Pino y de
Mercedes, mientras que la de Florida está trabajando a un ritmo menor al
habitual, lo que supuso un acuerdo entre el sindicato y la empresa sobre el
destino de los trabajadores afectados. Pero pocos son los rubros vinculados al
sector agropecuario que cuentan con una organización sindical tan poderosa y
solo los sectores agroindustriales tienen a su personal protegido por el
régimen general del seguro de desempleo.
Así como
las ubres se secan, las flores se marchitan, se forman menos frutas, las que se
forman son más pequeñas y, en general, de peor calidad. Y en la granja pasa lo
mismo con el empleo. «El año pasado éramos 60 o 70 en la cosecha de manzana.
¿Sabés cuántos somos esta zafra? ¡Somos diez!», exclamó Gérman González,
trabajador de Mi Granja, en el oeste de San José y dirigente de la Unión de
Trabajadores Rurales y Agroindustriales del Uruguay (UTRAU).
ZAFRAS DE VULNERACIONES
Según una
pesquisa de los sociólogos Alberto Riella y Jessica Ramírez sobre la
transitoriedad laboral y la vulnerabilidad social en el agro uruguayo, la
cuarta parte de los trabajadores del sector es transitoria.1 De acuerdo con las
cifras más recientes del Banco de Previsión Social, que son de 2021, la
cantidad de trabajadores dependientes que cotizaban a la caja rural eran 80
mil, pero, dado el subregistro que existe en el sector, debe haber más de 100
mil personas ocupadas en tareas agropecuarias, por lo que los transitorios
serían por lo menos 25 mil.
Sin
embargo, la estimación promedia porcentajes que son distintos en los diversos
rubros de la actividad agropecuaria. En la hortifruticultura el 35,6 por ciento
de los trabajadores son temporales, pero hasta en la ganadería los zafrales
tienen su relieve, son el 18,6 por ciento. Ambas ramas explican la mayor parte
de los empleos que genera el agro (el 77 por ciento).
Allá lejos
y hace tiempo, la zafra podía ser un complemento de las actividades que una
familia de productores minifundistas llevaba adelante en su propio campito. Hoy
esto es una rareza absoluta. De acuerdo con la investigación citada, de cada
diez trabajadores temporales solo dos vivían en el medio rural. Más de la mitad
lo hace en localidades de más de 5 mil habitantes. «Viven en la periferia de
las ciudades. Se trasladan en los ómnibus que ponen las granjas. A veces en
camiones. Viven en Ciudad del Plata, en Las Piedras, en 18 de Mayo, en 25 de
Agosto, en Juanicó, en las orillas de San José, Paysandú o Salto. En sus
momentos de descanso son habitantes urbanos que van a tomar mate a la plaza,
pero durante su jornada laboral son trabajadores rurales», explicó González.
Además, son
más jóvenes que el resto de los trabajadores rurales. Cuatro de cada diez
tienen menos de 25 años y uno de cada diez, incluso, menos de 18. Y hay más
mujeres entre quienes dependen de las zafras para pasar la temporada que entre
quienes tienen empleo estable.
Y, como
subrayó González, pocos cuerpos logran sostener el esfuerzo de la cosecha
pasados los 50. «Es muy difícil jubilarse por el sector granjero. ¿A cuántos
trabajadores de 59 años ves cosechando papas? Si estás en la fruta, con 45
años, si tenés que subir y bajar una y otra vez una escalera de 3 metros con un
bolso cargado con 15 quilos, cuando querés acordar, tenés la cintura y el lomo
hechos mierda», recordó el trabajador. Solo el 9 por ciento de los transitorios
tiene más de 55 años, reporta el artículo de Riella y Ramírez, otra cosa que el
proyecto de reforma jubilatoria dejó para después.
La mitad de
estos trabajadores no aporta a la seguridad social; si se enferma, no cobra.
Aunque, sudando bastante, los más fuertes y hábiles pueden lograr buenos
ingresos en una zafra, el 60 por ciento no llega a ganar los 21 mil pesos
prescritos como salario mínimo nacional. «Casi todos los granjeros pagan el
laudo, pero si te llueve cinco días o si una seca te acorta la zafra, no
llegás», ilustró González. Tampoco tienen demasiada chance de obtener otro tipo
de empleo. El 65 por ciento no llegó a completar el ciclo básico. Uno de cada
diez ni siquiera terminó la escuela.
«Cuando no
hay zafra, son recicladores, juntan piñas, siempre pichuleando, bordeando a
veces la ilegalidad. Viven en las zonas más vulnerables, en lugares inundables,
como el Delta del Tigre, en ranchos de costaneros, de cartón, de chapa. Son
vulnerables por todos lados. Sufren por la ausencia del Sistema Nacional de
Cuidados, por la violencia de género, por las adicciones. Esos problemas que
tiene toda la sociedad estas compañeras los sufren con más énfasis», aseguró el
sindicalista. Solo los trabajadores permanentes logran adquirir
especializaciones reconocidas, como el manejo de maquinaria agrícola o el
dominio de las técnicas de plantación, cura, fumigación, injerto o poda. Pero
en un naranjal solo uno de cada diez trabajadores permanece empleado una vez
finalizada la cosecha.
SEGURO FALTA
«Los
mercados de empleo agrario se caracterizan históricamente por estar conformados
con base en ocupaciones estacionales o temporarias, debido a la propia
naturaleza de la actividad agraria, que supone un desfasaje entre el tiempo de
trabajo y el tiempo de producción», recuerdan Riella y Ramírez en su trabajo.
Pero,
aunque esto sea así desde el Neolítico, a partir de la década pasada se vienen
acumulando evidencias de que está aumentando la temporalidad de los empleos
agrícolas, ya no por las disímiles cargas de trabajo que imponen las
estaciones, sino por cambios tecnológicos, deliberados, que –disminuyendo
costos y maximizando ganancias– agravan a la vez la vulnerabilidad de los
trabajadores del sector.
En Uruguay,
por ejemplo, es bastante conocido cómo cambiar las variedades de citrus
producidas para satisfacer las nuevas demandas del mercado internacional
condujo a un acortamiento de la zafra, proceso que, además, se hizo con el
apoyo de políticas públicas.
No obstante,
el régimen de seguro de desempleo de los trabajadores rurales es el más
exigente de todos. En la generalidad de los sectores, un trabajador debe contar
180 días en planilla si es mensual o 150 jornales si es jornalero para tener
derecho al seguro. Los rurales, en cambio, tienen que reunir 270 días en
planilla si son mensuales o 225 jornales declarados. «Eso significa trabajar
todo el año sin perder un día, sin enfermarme, sin descansar», graficó
González. «¿Por qué somos trabajadores de segunda clase?», imprecó.
Ese régimen
hace que ritualmente el Parlamento vote seguros especiales para los
trabajadores citrícolas, que son el volumen mayor de los temporarios. Y es por
esto también que UTRAU elaboró un proyecto de ley que busca enmendar esta
inequidad definiendo diversas soluciones para dar cuenta de las diferentes
situaciones de trabajadores permanentes, jornaleros y destajistas. «Porque el
destajista, genere lo que genere, nunca agarra un mango de seguro de paro. Por
eso proponemos que, de acuerdo a la cantidad de bases de prestaciones y
contribuciones por las que aporte, tenga derecho a una cantidad correlativa de
días cubiertos por el seguro», comentó González.
En abril
del año pasado el sindicato hizo llegar su proyecto a todos los legisladores y
a las autoridades de varios organismos. Pasó casi un año. «Hasta ahora, los
únicos que nos prestaron atención fueron los compañeros del Equipo de
Representación de los Trabajadores en el BPS [Banco de Previsión Social]»,
acotó el dirigente.
DEMANDANTES Y OFERTADOS
No solo los
manzanos sufrieron la falta de agua. Probablemente nadie en el litoral se esté
atreviendo a silbar «Naranjo en flor» ante tanto azahar marchito. «Son seis
meses de trabajo que la gente va a perder en el invierno por el aborto del citrus.
El zapallo, aviso, va a estar arriba de los 200 pesos el quilo porque las
flores, donde no hay riego, se cayeron. Los pequeños y medianos productores,
que no tienen riego, pero son los responsables del mayor volumen, perdieron
todo. De pera y durazno se perdió el 50 por ciento», explicó Enrique López
Tozi, dirigente de la UTRAU en Canelones.
También en
el empaque cae el empleo, porque, como la calidad de la fruta hace que no se
coloque fresca, se la envía a la industria para hacer concentrados y, en tal
caso, no son necesarias las tareas de clasificación y empacado que requiere su
comercialización en la verdulería. Es decir, por todos lados falta trabajo.
«Ahí es
donde entran a jugar estos fenómenos que te embarcan en una camioneta o un
camión y te traen a trabajar a 300 o 400 quilómetros de tu casa por dos
mangos», enfatizó González. El fenómeno esta vez se llama Álvaro Soria, alias
el Manso, contratista a quien se tiene por radicado en Salto.
«Hola,
buenas tardes, gente. Nos vinimos de la ciudad de Salto por trabajo […]. Y
estamos trabajando en la uva. Y llegamos hace una semana. Y estamos pasando lo
que a ningún trabajador le gustaría pasar: 14 pesos el cajón. ¡Un precio que ni
te da para pagarte los pasajes! […] el contratista engaña a la gente»,
comenzaba poniendo en Facebook alguien llamado José Cruz y que los dirigentes
de UTRAU conocieron rápidamente.
El caso
ocurre en la zona de Las Brujas, Canelones. López Tozi, de 18 de Mayo, ciudad
situada entre Progreso y Las Piedras, era el que estaba más cerca y allá se
largó en su moto. «Fue una estafa», dijo a Brecha. «Los tienen trabajando en
negro. Les dijeron que venían a una empresa y los repartieron en unas 20
quintas. El cajón se lo están pagando a un precio muy bajo: 14 pesos. Acá lo
mínimo que se cobra es 18. A 18 pesos, para sacar el mínimo laudado [934
pesos], la persona debería cosechar 52 cajones por día y, con la sequía, eso
cuesta mucho. Las vides actuales, cuando están bien, tienen la mitad del
volumen de fruta habitual. Las peor cuidadas apenas tienen el 10 por ciento de
lo normal.»
Los laudos
establecen un monto ficto por alimentación y vivienda equivalente a 5.707,33
pesos por mes. «La idea es que tenés que tener una cama, un comedor, un baño y
un vestuario en condiciones; tenés que tener una instalación eléctrica segura,
no una zapatilla para 25 tipos», ilustró González. Los trabajadores referidos
están alojados en un par de galpones, sus lechos son colchones viejos y
ardidos, apoyados directamente en el piso, o pedazos de polifón acomodados
sobre cajones. Ni hablar del resto.
«Estaban sacando unos 12 cajones por fila,
cuando lo normal es sacar 40. No tenían ni para comer. Planteaban que no
lograban rendir por este hecho», contó López Tozi. Se les daban 300 pesos por
semana para alimentarse, por concepto de adelanto. Supieron al llegar que el
viaje de regreso, que debía asegurar el contratista, corría por su cuenta.
«Hoy, jueves, nueve compañeros arrancaron caminando para Salto», narraba el
posteo de Cruz.
De todos
modos no fue sencillo articular la denuncia. La sostienen los 25 trabajadores
que terminaron volviendo a Salto. Los 40 que quedaron siguen aceptando lo que
López Tozi identificó como «condiciones horribles de explotación». E incluso
manifestaron hostilidad ante la aparición del sindicalista.
FACÓN GRANDE
En Río
Grande del Sur también aprieta la seca, también las zafras se agostan y los
trabajadores temporales se ven constreñidos a aceptar lo inaceptable. El 2 de
marzo se supo que la Policía Federal había logrado liberar a 207 trabajadores
de la vendimia que venían soportando, lo que la legislación brasileña denomina
«condiciones análogas a la esclavitud». La situación estaba ocurriendo en tres
de las mayores empresas vitivinícolas de la Sierra Gaúcha. Suena a advertencia.
«Nicolás
Chiesa, el presidente de la Junta Nacional de la Granja, sale a decir que se va
a lograr un subsidio para los productores. Está bárbaro», afirmó González en su
diálogo con el semanario. Sin embargo, preguntó: «¿Quién colabora con los
trabajadores a los que el 31 de marzo se les vence el seguro de paro y que en
los primeros días de abril empezarían a trabajar en el citrus? Porque este año
en el citrus no va a haber trabajo. No lo digo yo. Lo dicen Frutura
[ex-Caputto], Azucitrus, San Miguel de Tucumán, las mayores citrícolas del
país, empresas que, en conjunto, generaban 17 mil puestos de trabajo, ocupados
en su mayoría por jefas de hogar. ¿Qué va a pasar este 31 de marzo?», insistió.
Del Estado,
«que en esto está ausente desde 1830» –dice González–, no espera mucho. Se
acuerda con más cariño de Facón Grande.
1. «El
sector agrario uruguayo. Trabajadores transitorios y vulnerabilidad social»,
Revista de Ciencias Sociales, vol. 34, n.º 49, julio-diciembre 2021.
Publicado
en Brecha, edición número 1946, 10 de marzo de 2023. Titulo original: ¨SEQUÍA DE
DERECHOS EN EL TRABAJO RURAL Las uvas de la ira” Autor: Salvador Neves: 10
marzo, 2023 PUBLICADO EN: EDICIÓN 1946URUGUAY
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