viernes, 20 de noviembre de 2020

jueves, 19 de noviembre de 2020

Paginas de nuestra historia (VIII)

 

El 4 de agosto de 1972, los oficiales de la Armada, reunidos en una asamblea del Club Naval manifiestan un profundo repudio a cualquier forma de subversión. Sin embargo, esta arma hace suya varias “banderas” de la “subversión (Caula y Silva: 2013, 152).

Cuando hacia mediados de 1972 el MLN había perdido ya toda capacidad real de imponer sus objetivos estratégicos por la vía militar, sus dirigentes entablaron confusas negociaciones de paz con las Fuerzas Armadas (FFAA), que inicialmente no prosperaron. El MLN, cada vez más diezmado, continuó con las operaciones militares por un breve período, aunque finalmente fue derrotado por completo.

Una vez que se produjo la derrota definitiva, la cúpula de la organización hizo otro intento de negociación con los militares. Ofreció la información que había acumulado durante esos años sobre la corrupción de las élites políticas y económicas a las FFAA para que tomaran en sus manos y continuaran ese combate. Hubo entonces (antes y después de esas negociaciones, dentro y fuera del MLN, así como dentro y fuera de la izquierda) muchos que creyeron que había una fracción de militares nacionalistas y honestos que estaba llamada a ser un factor central en el cambio de rumbo que el país requería.

A esa altura algunos sectores de las FFAA se habían convencido (aparentemente) de que la corrupción política y económica era la causa de la actividad guerrillera. En fecha tan temprana como el 23 de setiembre de 1972, en oportunidad de un desfile militar y homenaje público a José Artigas cuando se cumplían 122 años de su muerte, el brigadier general (aviador) José Pedro Jaume, en representación de las FFAA, dijo: “No queremos ganar sólo la batalla; queremos ganar la guerra. Y la lucha no ha terminado ni terminará si además de extirpar el cáncer, no emprendemos con igual energía la tarea patriótica de remoción de las causas de la violencia […]. Tan enemigos son los que ocultos tras un seto asesinan a mansalva o aquellos que, incapaces de ningún acto de valor, descargan su cobardía y su frustración sobre el que encuentran desprevenido e inerme. Tan enemigos como éstos, repito, son los agiotistas, los usureros, los contrabandistas, los especuladores, los estafadores del erario público”. Poco más de un mes y medio antes, el 4 de agosto de 1972, los oficiales de la Armada, reunidos en una asamblea del Club Naval, habían sostenido ya que el país se enfrentaba no solamente a una sino a variadas formas de subversión. Ese día los oficiales navales identificaron no menos de seis: “la que empuña las armas para asesinar cobardemente”, “la que expolia la economía nacional”, “la que usurpa al pueblo el producto de su trabajo”, “la que propende a la corrupción moral, administrativa y/o política”, “la que practica el agio y la especulación en desmedro de la población”, y “la que compromete la soberanía nacional”(Corti: 2014, revistaajena).

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Paginas de nuestra historia (VII)

 

A 30 años de la mítica huelga universitaria del 90


Este 18 de noviembre se cumplen 30 años del inicio de la primera huelga y ocupación de la Universidad de la República (Udelar) posdictadura. Luego vinieron muchas más, pero aquella huelga por un presupuesto digno para la Udaler (durante la discusión del Presupuesto Quinquenal del gobierno de Luis Alberto Lacalle Herrera) fue un punto de quiebre en la eterna lucha del movimiento social y popular por un mundo mejor. Ahora, ante la discusión presupuestal del gobierno de otro Lacalle, se repite la necesidad de lucha por un presupuesto universitario digno.

La previa1

La Udelar había sido duramente golpeada por la dictadura. Una gran parte de sus académicos más prestigiosos fueron obligados a renunciar y otros sufrieron años de cárcel; muchos terminaron en el exilio. La investigación fue desmantelada por completo. Su presupuesto fue diezmado, y el salario docente ahuyentaba a quienes quisieran trabajar allí. La reconstrucción posdictadura fue lenta. Algunos investigadores pudieron volver, otros no. Se fue reconstruyendo poco a poco, a pulmón, con recursos casi nulos. El primer gobierno de Julio María Sanguinetti heredaba un país fundido por la crisis de 1982 y no tuvo a la educación entre sus prioridades. Al ver que el gobierno de Lacalle pretendía continuar asfixiando a la Udelar mediante la magra propuesta presupuestal, el desánimo y la bronca ganaron terreno.

El abatimiento invadía a todo el movimiento popular. Las grandes expectativas que había generado el fin de la dictadura fueron rápidamente pinchadas por la realidad del gobierno de Sanguinetti. Nadie olvidaba su frase “jamás perdí una huelga”, que mostraba que siempre se había alineado con los empresarios y poderosos y nunca con el pueblo que reclamaba mejores condiciones de vida. La pérdida del voto verde en el plebiscito contra la ley de caducidad fue un golpe demoledor. El movimiento wilsonista estaba fracturado y herido de muerte por el apoyo de su líder a dicha ley. El Frente Amplio tampoco la pasaba bien. A pesar de conquistar la Intendencia de Montevideo, tuvo que soportar una brutal fractura poco antes de las elecciones con la partida de la 99 y el Partido Demócrata Cristiano (y con ellos casi la mitad de los votos obtenidos en 1984), lo que reavivaba el eterno fantasma de la permanente fractura interna de las izquierdas de todo el mundo. Una parte importante de la izquierda también vivía con asombro y horror el ver cómo aquel campo socialista, que habían tomado como ejemplo de esa sociedad más justa por la que luchaban, caía a pedazos desvelando horrores difíciles de aceptar. En ese escenario, la militancia estudiantil casi desaparece, llevándose consigo las estructuras de gobierno de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) sobre finales de 1989 y principios de 1990.

Para colmo, la economía estaba mal. La década de 1980 se conoció como la década perdida. Luego de un dólar barato a fines de los 70, la devaluación de 1982 generó una caída de la economía de la que costó años recuperarse. El primer año del gobierno de Lacalle tampoco fue bueno: con un crecimiento de sólo 0,3 % del producto interno bruto y una inflación de 129% anual (la segunda más alta de la historia),2 se disparaba la pobreza. Mucha gente que había vuelto del exilio, en el correr de los años, volvió a emprender el camino de salida. En 1989 y 1990 era común ver colas de gente (con amplia mayoría de jóvenes) ante la oficina que expedía el pasaporte.

La asamblea

El domingo 18 de noviembre de 1990 había asamblea de estudiantes en la Facultad de Ingeniería. El único punto del orden del día era votar si se iba a la huelga con ocupación de la facultad o no. La propuesta de ocupación había sido realizada por Gonzalo Lalo Ponce de León unos días antes en una asamblea (en el salón de actos) de unos 200 estudiantes. Argumentó que las ocupaciones eran una herramienta de lucha en la Universidad antes de la dictadura, ¿por qué no usarla entonces ahora? Se entendió que una propuesta así no podía ser votada en ese momento, y que debía discutirse en una asamblea convocada específicamente para ello.

La militancia estudiantil en Ingeniería estaba conformada por el Centro de Estudiantes de Ingeniería (CEI) y la Corriente Gremial Universitaria (CGU). En las elecciones universitarias, el CEI sacaba dos consejeros y la CGU uno. Hacía poco que la generación que había ayudado a tirar la dictadura, la mítica generación del 83, había pasado la posta a la siguiente. La merma general de la militancia social se tradujo, en 1989, en la disolución de las agrupaciones partidarias a la interna de los gremios. La militancia en el CEI en 1990 estaba reducida a mínimos.

Nadie quería que la asamblea saliera mal. El miedo compartido por unos y otros era que se llenara de ajenos a la hora de votar. Por ende, se pactó que el ingreso era con cédula en mano cotejando estar en el padrón (que amablemente nos cedió bedelía). No se dejó entrar a nadie más, ni a la prensa. Mirándolo a la distancia, eso fue un error: para escribir esta nota hubiera servido que algún periodista plasmara en la prensa de la época una crónica de dicha asamblea.

Muchos fuimos con sobre de dormir bajo el brazo, por las dudas. Más de 700 personas. No entraban en ningún salón. Se realizó en el hall del (actual) primer piso, frente al salón de actos. Con tanta gente, hubo algo de miedo de que la gran afluencia fuera sólo para votar el no perder días de clase. Por ello, algunos dirigentes del CEI acordaron con la CGU una moción de mantener el estado de movilización con permanencia activa de estudiantes en la facultad. No se cortaban actividades ni se nombraba la palabra “ocupación”, por más que quien quisiera podía quedarse a dormir. Sonaba a claudicar demasiado; por ello con otros compañeros propusimos una moción de ocupación lisa y llana. Se votaron contrapuestas. A mano alzada no era fácil ver quién ganaba. El recuento pareció eterno. La huelga con ocupación ganó con más de 400 votos. A partir de ahí empezó a cambiar la historia (al menos la nuestra).

No fue casualidad que la ocupación empezara en la Facultad de Ingeniería. Dos modelos de desarrollo del país se estaban discutiendo. Por un lado, subirse a la revolución tecnológica que crecía en el mundo fuertemente, de la mano de la informática. Por otro, continuar apostando por ser una plaza financiera (modelo que triunfó y terminó fundiendo al país 12 años más tarde). Los estudiantes de ingeniería sentíamos que en esa lucha podíamos jugar un papel, y que la existencia de una Universidad fuerte, con investigación de calidad, era clave para el desarrollo productivo.

Basta mirar para atrás y ver historias como esta, en la que un grupo de personas con algo de empuje, algo de inconsciencia y mucho de alegría logró cambios que inicialmente también parecían imposibles.

La huelga

La mañana siguiente a la asamblea fue rara, luego de nuestra primera noche durmiendo donde se pudiera. Contratamos un camión, y una delegación fue recorriendo facultades, entrando a los salones de clase, convocando a apoyar nuestra lucha. Nadie lo hubiera apostado, pero en una semana ya estaba toda la Universidad ocupada.

Duró casi un mes. Había una creatividad que desbordaba la tradicional lucha sindical. Un día, centenares fueron a hacer cola para tramitar su pasaporte, bajo la consigna de que si no había dinero para la Udelar, la única alternativa que nos dejaban era emigrar. Otro, había una colecta subiendo a los ómnibus para explicar nuestra lucha. Por todos lados había clases a cielo abierto en alguna avenida. Las marchas resultaron multitudinarias: la alegría contagiosa de nuestra lucha venció por un momento al desánimo popular existente en ese momento, y la gente salió a apoyarnos por decenas de miles. En una oportunidad, llegando una multitud a la puerta del Parlamento, ante la amenaza de represión por parte de la Policía si seguíamos avanzando, se decidió hacer una enorme ronda rodeando el Palacio: la guardia de choque no tuvo otra alternativa que hacer ellos mismos otra ronda, lo cual configuró una escena muy pintoresca. A la hora de ir a la Comisión de Presupuesto del Senado, el rector Jorge Brovetto dejó que nuestros delegados de la FEUU fueran quienes expusieran los reclamos presupuestales: el movimiento estudiantil se había ganado el respeto de todos.

Cuando empezó la huelga, el presupuesto ya había sido aprobado en Diputados y se estaba discutiendo en el Senado. Allí se logró que se incrementara un poco la partida para la Universidad, con lo cual la propuesta tuvo que volver a Diputados, en donde terminaron aceptando ese incremento. La votación final fue cerca de mediados de diciembre. La huelga no se levantó hasta el final.

Si bien la huelga se puede considerar exitosa por conseguir un (mínimo) incremento presupuestal, la principal victoria fue otra. El gobierno de Lacalle trajo el neoliberalismo radical y venía a privatizar todo (como lo hizo Carlos Menem en Argentina), incluida la educación. Para la Udelar el planteo era que se financiara con el cobro de matrícula a los estudiantes, y la huelga obligó al gobierno a abandonar sus planes. El movimiento social empezaba a frenar el impulso privatizador, lo que se plasmaría con fuerza un par de años después, tirando abajo la ley de privatizaciones de empresas públicas en un aplastante referéndum.

Por eso, en los momentos en que vemos situaciones en nuestra sociedad que no nos gustan para nada, pero sentimos que está fuera de nuestro alcance poder hacer algo para cambiarlas, basta mirar para atrás y ver historias como esta, en la que un grupo de personas con algo de empuje, algo de inconsciencia y mucho de alegría logró cambios que inicialmente también parecían imposibles.

Hoy, muchos de los que nos forjamos en esa lucha (y varias de las que hubo en los años siguientes) terminamos dedicando nuestra vida a la Universidad, convirtiéndonos en docentes e investigadores. Ayudamos a transformar la Udelar en actor fundamental de nuestra sociedad, sin la cual hoy Uruguay no podría estar enfrentado tan exitosamente la pandemia de la covid-19. La Udelar pudo hacer aportes decisivos en la lucha contra el virus gracias al esfuerzo de sus investigadores, y a que se venía de 15 años de apuntalamiento económico sostenido. Sin embargo, volvemos a sufrir al gobierno de otro Lacalle que propone recortar su presupuesto. Las nuevas generaciones de estudiantes tienen ahora el desafío de tomar la posta y sumarse a la lucha por la defensa de nuestra Universidad.

Ítalo Bove es doctor en Física, profesor adjunto en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República.

martes, 17 de noviembre de 2020

Páginas de nuestra historia (VI)


                        El 9 de setiembre de 1971 el Poder Ejecutivo dicta el decreto donde dispone                            que las fuerzas armadas releven a la policía en el combate antisubversivo.                                Aquí la segunda parte (fragmento) de la opinión del MLN sobre este hecho, el                          documento se denomina “El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros)                          a las Fuerzas Armadas”


sábado, 14 de noviembre de 2020

Páginas de nuestra história (V)


                   

 El 9 de setiembre de 1971 el Poder Ejecutivo dicta el decreto donde dispone que las fuerzas armadas releven a la policía en el combate antisubversivo. Aquí la primera parte (fragmento) de la opinión del MLN sobre este hecho, el documento se denomina “El Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros) a las Fuerzas Armadas”

jueves, 12 de noviembre de 2020

Sensibilidad punitiva

 

Una forma de conocer las sensibilidades de una sociedad y su campo de disputa y dominio es a través de la siguiente pregunta: ¿cómo se distribuyen las leyes penales y las políticas de seguridad pública en la sociedad? Otra vía es responder cómo el gobierno y la oposición gestionan las preocupaciones sociales en materia delictiva y hacia dónde canalizan los malestares y ansiedades sociales sobre el tópico en cuestión. De forma concreta, podríamos preguntarnos cómo se administra la vigilancia, el control y el castigo en la sociedad, considerando, de manera interseccional, dimensiones analíticas como generación, género, clase social, raza, etnia, territorio, argot, movimiento corporal y otras tantas. Una de las sensibilidades que brinda respuestas a estas interrogantes se denomina punitiva. Desde el siglo pasado, la sensibilidad punitiva se estructura (no me refiero a su origen) en lo que en el campo de estudio sobre el delito y la criminalidad se conoce como ideología de la defensa social y realismo de derecha. Veamos, grosso modo, de qué se tratan.

La ideología de la defensa social parte de una concepción ideal, teleológica y moral de lo que tiene que ser una sociedad. Creada en Europa en la década de 1940, la Escuela de la Defensa Social tuvo fuerte influencia en América Latina. Un elemento que promovió la Escuela y que se arrastra hasta nuestros días es la desconexión entre la protección social y la falta o hecho delictivo.1 Ello provoca que los etiquetados como «antisociales» –categoría expulsora y meritocrática utilizada por esta perspectiva para llamar a las personas captadas por el sistema de justicia– no sean merecedores de los bienes y servicios estatales, ni siquiera para los procesos de desistimiento delictivo, para una vida digna en la cárcel, etcétera. Inversión social cero, diríamos en estos tiempos de discusión presupuestal. Los antisociales son meros cuerpos desprotegidos, a menudo jurídicamente «indeterminados».2 De aquí deriva una separación directa y concreta, aunque ficticia, extraordinariamente vigente en la politización de la seguridad pública uruguaya. Me refiero a la construcción de un relato por oposiciones binarias, de inclusión y exclusión, que ya nos enseñaba el jurista, filósofo y miembro del partido nazi, Carl Schmitt, con su clásico concepto de amigo/enemigo.3

El realismo de derecha recoge los antecedentes de las teorías de las «ventanas rotas» a partir de un artículo de James Wilson y George Kelling publicado en 1982.4 Sin embargo, los primeros antecedentes se registran a finales de la década de 1960 con los experimentos del psicólogo Philip Zimbardo y los programas de patrullaje policial del estado de Nueva Jersey, en Estados Unidos. El ejemplo paradigmático del realismo de derecha es la política de «tolerancia cero» o «mano dura» de la alcaldía de Rudolph Giuliani en Nueva York entre los años 1994 y 2002. La característica esencial de la teoría de las ventanas rotas es la primacía del orden por sobre todas las cosas, incluso sobre la impartición de justicia y el bienestar económico y más allá de cómo se logre. Esta posición prioriza el fortalecimiento del control y la vigilancia policíaca, así como la organización «normal» del espacio público y la circulación, en detrimento de políticas contra la desigualdad, programas de inserción social, etcétera. La primacía del orden por sobre todas las cosas se detecta cuando respondemos a la interrogante: ¿cómo se utiliza el ejercicio de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad públicas? Ello se puede observar en infinidad de objetos de estudio: normas, políticas, procedimientos policiales, etcétera. Por ejemplo, para el caso de las concentraciones de personas en espacios públicos en el contexto del covid-19, podemos acercarnos a la sensibilidad del gobierno con el decreto 114/020 del 31 de marzo de 2020, que facultó al Ministerio del Interior y al Ministerio de Defensa Nacional para evitar y disuadir aglomeraciones y no a las secretarías de salud, educación y social para realizar una labor de mediación extrajudicial. Hasta podría haber recurrido a la mediación judicial, pero no lo hizo. Y así podríamos seguir señalando indicadores que evidencian la primacía del orden (un orden) por sobre todas las cosas.

La ideología de la defensa social y el realismo de derecha son mucho más que dos perspectivas para entender la criminalidad, estructuran la sensibilidad punitiva latinoamericana de las últimas décadas en materia de política criminal. Gestionan el malestar social administrando dolor, de forma desigual y en distintas intensidades. Instalan un estilo de ley y orden en el que el poder soberano se expande desmesuradamente reafirmando el segregacionismo.5

La sensibilidad punitiva es incapaz de desestructurar el poder y alivianar las asimetrías. Reacciona violentamente a la desobediencia. Se radicaliza peligrosamente en su desvelo por lograr la meta imposible de una sociedad ordenada según su estructura emotiva, moral y estética. Más aún en el recrudecimiento de las desigualdades, que es el terreno fértil de la radicalización de las relaciones de poder. La obsesión punitiva es de temer.

Este marco conceptual, aunque breve pero necesario, plantea algunas herramientas teóricas y señales históricas para saber de qué hablamos cuando decimos punitivismo. También es un llamado de atención o, más bien, el planteo de una pregunta de necesaria discusión pública: ¿estamos en la antesala de un nuevo «momento punitivo»? 6

(Brecha numero 1824 pagina 28, la negrita me pertenece)

sábado, 7 de noviembre de 2020

viernes, 6 de noviembre de 2020

Cuestiones de (nuestra) economia.

                     Yo lo titularia como "El rol social de los economistas"(De Agosto, 2020: 34 )
 

Paginas de nuestra historia (IV)


  Sobre la muerte de Dan Mitrione en manos del MLN-Tupamaros el 10 de agosto de 1970. Las                negociaciones para su canje por presos tupamaros.

lunes, 2 de noviembre de 2020

Páginas de nuestra historia (III)


 

Carta del Mayor Tomas Sirio en oportunidad de su renuncia al Centro Militar, dirigida al Coronel Carlos Irigoyen, por entonces presidente de esa entidad privada; mes de julio del año 1972