La cumbre
del clima de las Naciones Unidas aborda quizás el reto más importante que hoy
atraviesa la humanidad. Pero sus críticos señalan que lo escaso de sus
resultados hasta ahora -que no han logrado prevenir la muerte de decenas de
miles en la crisis climática ni alejar las proyecciones más temidas- demuestra
que los Estados parte siguen lejos de dar la talla.
«Es lo
mejor que tenemos al día de hoy» y «no tenemos alternativas en este momento»
parecen ser, palabras más, palabras menos, las defensas más sentidas de los
defensores de las COP (Conferencia de las Partes, en el argot de las Naciones
Unidas). Tales suelen ser las respuestas a las múltiples críticas que desde el
activismo ambiental han empezado a llover sobre estos eventos y a los
consuetudinariamente incumplidos (e incompletos) acuerdos que de ellos emanan.
Antes de la inauguración de la COP27, que por estos días se celebra en Egipto,
la activista sueca Greta Thunberg, asistente destacada de la última
conferencia, anunció que no iría a una cumbre diseñada por los poderosos para
dedicarse al «greenwashing, las mentiras y las trampas».
Las
Naciones Unidas, el organismo internacional que impulsa estas cumbres, es
consciente de la dimensión que está cobrando este descrédito: «La COP27 debe
ser donde se cierren la brecha de ambición, la brecha de credibilidad y la
brecha de solidaridad» en materia de combate al cambio climático, dijo días
antes de su apertura el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Como
parte de su argumentación, los defensores de las COP suelen apuntar a uno de
los éxitos de estas conferencias (quizás el único gran éxito): el Acuerdo de
París. Logrado en la COP21, celebrada en 2015, el acuerdo, que se supone es
legalmente vinculante, ha sido ratificado por 194 Estados miembros de los 198
que conforman la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático,
incluidos todos los grandes emisores de gases de efecto invernadero excepto
Irán.
En París se
acordó que, pase lo que pase, la humanidad debe mantener el aumento de la
temperatura global –se toman como punto de partida los niveles preindustriales–
«muy por debajo de los 2 grados» y, en lo posible, limitarlo a 1,5 grados. Para
ello, las emisiones deben reducirse un 50 por ciento entre 2015 y 2030, y será
necesario haber alcanzado el cero neto para 2050. Cero neto o neutralidad de
carbono significa que o bien se eliminan las fuentes humanas de emisiones, o
bien se logra un equilibrio entre la cantidad de gases de efecto invernadero
que se emite y la que eventualmente se remueva de la atmósfera.
Un aumento
de 1,5 grados, ese ambicioso límite, no significa librarnos de los efectos del
cambio climático. Ya nos las hemos arreglado para aumentar la temperatura
global en 1,15 grados, décimas más o décimas menos, de acuerdo a las últimas
cifras de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Con eso ha bastado para
que los últimos ocho años hayan sido los más calientes desde que existe
registro y para que el ritmo de crecida del nivel de los mares se haya
duplicado en los últimos 30 años.
Con apenas
1,15 grados de aumento, los glaciares cordilleranos y las grandes capas de
hielo en el norte y el sur del planeta ya se están derritiendo a velocidad
récord. Los océanos se han vuelto un 30 por ciento más ácidos. Las inundaciones
de este año en Pakistán mataron a más de 1.700 personas y destruyeron unos 2
millones de viviendas y el 80 por ciento de los cultivos. El Cuerno de África,
una de las regiones más pobres del planeta y hogar de unos 140 millones de
personas, ya va para el quinto año ininterrumpido de sequía: 22 millones de
personas están a punto de morir de hambre, avisa la ONU. La megasequía del
suroeste de Estados Unidos lleva cuatro años y es la mayor en esa zona en los
últimos 1.200 años, según la Universidad de California-Los Ángeles. En Europa,
las máximas estivales van camino a superar los 50 grados antes de 2025 y la ola
de calor de mediados de este año –que no llegó a alcanzar esos picos de
temperatura– mató, al menos, a 15 mil personas, de acuerdo a la Organización
Mundial de la Salud. Podrían ser apenas una fracción de las víctimas fatales de
la ola de calor que se vivió en China este año, entre mediados de junio y fines
de agosto, la «más severa» en términos de duración, extensión espacial,
intensidad e impacto desde que existe registro, según la calificaron las
autoridades locales.
Los eventos
meteorológicos y climáticos de alto impacto del año pasado afectaron
directamente a más de 500 mil personas y causaron daños económicos superiores a
los 50.000 millones de dólares, según la OMM. Todas estas catástrofes han sido
causa del cambio climático producido por la acción humana: en eso coinciden
investigadores de las mayores universidades del planeta y de las principales
agencias intergubernamentales. Y todo esto, sin haber alcanzado aún el dorado
límite de los 1,5 grados de aumento. De hecho, es posible que inmensos
reguladores de la temperatura y la biodiversidad globales ya estén en camino de
desaparecer: las capas de hielo de Groenlandia y el oeste de la Antártida, el
permafrost del hemisferio norte, los arrecifes de coral de todo el mundo y una
de las mayores corrientes oceánicas del Atlántico pueden haber entrado ya en un
proceso irreversible de colapso gracias al actual «modesto» aumento de 1,15
grados. Así lo reveló en setiembre un estudio publicado en Science por
investigadores de primera línea de las universidades de Estocolmo, Exeter y
Potsdam.
A TODA MÁQUINA
Lo cierto
es que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha
advertido en su último informe que alcanza con que sigamos usando la
infraestructura de combustibles fósiles ya instalada para que las emisiones
salgan pronto disparadas muy por encima del límite de los 1,5 grados. La
Agencia Internacional de Energía, en tanto, repitió en mayo del año pasado que
cualquier nuevo proyecto de extracción de petróleo, gas o carbón es
incompatible con la meta del cero neto en 2050. En otras palabras: será
imposible llegar a esa meta si se sigue invirtiendo en estas fuentes de
combustible. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo, y a paso acelerado.
Desde 2020,
las empresas petroleras y de gas han venido agregando unos 160.000 millones de
dólares a sus inversiones extractivas. La aplastante mayoría de estas compañías
tiene planes de continuar expandiendo su producción en los próximos años, según
un reciente relevamiento de la ONG alemana Urgewald, y gobiernos de todo el
mundo, incluido Uruguay, están abriendo licitaciones para nuevos proyectos de
búsqueda y extracción de combustibles fósiles. La guerra en Ucrania, que ha
disparado los precios del petróleo y el gas, ha sido bienvenida por la
industria como un impulso a la producción.
Se calcula
que solo durante este año se bombearán a la atmósfera 36.600 millones de
toneladas de dióxido de carbono, de acuerdo al Global Carbon Project, que lleva
estas estadísticas desde 2001. Exceptuando el punto álgido de la pandemia de
covid-19, la cifra se mantiene prácticamente estable desde 2018 y no da
muestras de disminuir. En caso de ejecutarse los proyectos ya sobre la mesa de
las grandes compañías, otros 115.000 millones de toneladas irán a la atmósfera
en los próximos años. Al mismo tiempo, la producción de carne animal para
consumo humano llegó en 2021 al récord de 340 millones de toneladas y se espera
que al cierre de este año supere esa cifra, empujada por la creciente demanda
de carne, según ha informado la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos. Junto con la quema de combustibles fósiles, la ganadería
es una de las dos mayores actividades emisoras de gases de efecto invernadero
y, combinada con la agricultura (de la que más del 30 por ciento es para
alimentar ganado), es la mayor causa de deforestación en el mundo, de acuerdo a
la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura
(FAO).
CAMINO AL INFIERNO
En este
marco, la OMM informó meses atrás que la chance de que se superen los 1,5
grados de aumento en los próximos cinco años es de un 50 por ciento. Para James
Dyke, profesor de Sistemas Globales en la Universidad de Exeter, Robert Watson,
profesor emérito de Ciencias Ambientales en la Universidad de East Anglia, y
Wolfgang Knorr, científico investigador sénior en Geografía Física y Ciencias
de los Ecosistemas en la Universidad de Lund, se trata de un pronóstico más que
modesto. Ya en la COP de París de 2015, afirman en un largo artículo publicado
en The Conversation en abril del año pasado, «nadie pensó que limitar el
aumento de la temperatura a 1,5°C fuera posible». «Nos cuesta nombrar a algún
científico del clima que en ese momento pensara que el Acuerdo de París era
factible», sostienen. Para establecer ese límite como algo alcanzable, los
negociadores del Acuerdo de París se respaldaron en proyecciones matemáticas
que incluían sofisticadas tecnologías para secuestrar carbono de la atmósfera,
tecnologías que aún en la actualidad no se han desarrollado, por falta de
suficiente investigación o por costos excesivos de implementación que las hacen
inútiles, señalan los tres investigadores.
«Ha llegado
el momento de expresar nuestros temores y ser sinceros con la sociedad en
general. Las actuales políticas de cero neto no mantendrán el calentamiento
dentro de los 1,5°C porque nunca lo pretendieron. Fueron y siguen siendo
impulsadas por la necesidad de proteger los negocios como siempre, no el
clima», rematan. En la víspera de la COP27, las propias Naciones Unidas
debieron admitirlo: «No existe hoy un camino creíble para seguir por debajo del
límite de 1,5», se resignó, el 27 de octubre, el Programa para el Medio
Ambiente del organismo.
Y nada
parece indicar que ese camino aparezca en esta COP. El borrador de acuerdo que
se publicó este jueves y sobre el que trabajarán los negociadores este fin de
semana –la COP debía terminar hoy viernes, pero la falta de avances obliga a
estirar el cierre– no dice nada sobre dejar de usar combustibles fósiles o de
reducir los actuales niveles de producción ganadera. La Unión Europea e India
habían pedido que se incluyera en el documento final un llamado a «eliminar
progresivamente todos los combustibles fósiles», pero el texto solo habla de
«acelerar medidas hacia la disminución progresiva de energía carbonífera que no
incluya tecnologías de captura de carbono, y hacia la eliminación progresiva y
la racionalización de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles».
De hecho, el año pasado, en Glasgow, fue la primera vez en la historia de las
27 COP que todas las partes acordaron mencionar, en una declaración conjunta,
los combustibles fósiles y el carbón en referencia a la situación climática.
Mientras
tanto, unos 636 lobistas de la industria de los combustibles fósiles asisten a
esta COP, casi un centenar más de los que asistieron a la COP26, según
documentó la ONG Global Witness esta semana. Son el doble de los delegados que
han asistido por todos los pueblos indígenas del mundo. El contingente de
lobistas supera el de delegados de cualquier nación de África, en una cumbre a
la que se ha llamado «la COP africana».
EXTRAIDO DE
BRECHA N° 1930. TITULO ORIGINAL: “LA COP27 Y LA FALTA DE AVANCES CONTRA LA
CATÁSTROFE CLIMÁTICA. Punto muerto”. Autor: Francisco Claramunt, 18 de noviembre, 2022
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