domingo, 20 de noviembre de 2022

Catástrofe Climática

 

La cumbre del clima de las Naciones Unidas aborda quizás el reto más importante que hoy atraviesa la humanidad. Pero sus críticos señalan que lo escaso de sus resultados hasta ahora -que no han logrado prevenir la muerte de decenas de miles en la crisis climática ni alejar las proyecciones más temidas- demuestra que los Estados parte siguen lejos de dar la talla.

«Es lo mejor que tenemos al día de hoy» y «no tenemos alternativas en este momento» parecen ser, palabras más, palabras menos, las defensas más sentidas de los defensores de las COP (Conferencia de las Partes, en el argot de las Naciones Unidas). Tales suelen ser las respuestas a las múltiples críticas que desde el activismo ambiental han empezado a llover sobre estos eventos y a los consuetudinariamente incumplidos (e incompletos) acuerdos que de ellos emanan. Antes de la inauguración de la COP27, que por estos días se celebra en Egipto, la activista sueca Greta Thunberg, asistente destacada de la última conferencia, anunció que no iría a una cumbre diseñada por los poderosos para dedicarse al «greenwashing, las mentiras y las trampas».

Las Naciones Unidas, el organismo internacional que impulsa estas cumbres, es consciente de la dimensión que está cobrando este descrédito: «La COP27 debe ser donde se cierren la brecha de ambición, la brecha de credibilidad y la brecha de solidaridad» en materia de combate al cambio climático, dijo días antes de su apertura el secretario general de la ONU, Antonio Guterres. Como parte de su argumentación, los defensores de las COP suelen apuntar a uno de los éxitos de estas conferencias (quizás el único gran éxito): el Acuerdo de París. Logrado en la COP21, celebrada en 2015, el acuerdo, que se supone es legalmente vinculante, ha sido ratificado por 194 Estados miembros de los 198 que conforman la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, incluidos todos los grandes emisores de gases de efecto invernadero excepto Irán.

En París se acordó que, pase lo que pase, la humanidad debe mantener el aumento de la temperatura global –se toman como punto de partida los niveles preindustriales– «muy por debajo de los 2 grados» y, en lo posible, limitarlo a 1,5 grados. Para ello, las emisiones deben reducirse un 50 por ciento entre 2015 y 2030, y será necesario haber alcanzado el cero neto para 2050. Cero neto o neutralidad de carbono significa que o bien se eliminan las fuentes humanas de emisiones, o bien se logra un equilibrio entre la cantidad de gases de efecto invernadero que se emite y la que eventualmente se remueva de la atmósfera.

Un aumento de 1,5 grados, ese ambicioso límite, no significa librarnos de los efectos del cambio climático. Ya nos las hemos arreglado para aumentar la temperatura global en 1,15 grados, décimas más o décimas menos, de acuerdo a las últimas cifras de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). Con eso ha bastado para que los últimos ocho años hayan sido los más calientes desde que existe registro y para que el ritmo de crecida del nivel de los mares se haya duplicado en los últimos 30 años.

Con apenas 1,15 grados de aumento, los glaciares cordilleranos y las grandes capas de hielo en el norte y el sur del planeta ya se están derritiendo a velocidad récord. Los océanos se han vuelto un 30 por ciento más ácidos. Las inundaciones de este año en Pakistán mataron a más de 1.700 personas y destruyeron unos 2 millones de viviendas y el 80 por ciento de los cultivos. El Cuerno de África, una de las regiones más pobres del planeta y hogar de unos 140 millones de personas, ya va para el quinto año ininterrumpido de sequía: 22 millones de personas están a punto de morir de hambre, avisa la ONU. La megasequía del suroeste de Estados Unidos lleva cuatro años y es la mayor en esa zona en los últimos 1.200 años, según la Universidad de California-Los Ángeles. En Europa, las máximas estivales van camino a superar los 50 grados antes de 2025 y la ola de calor de mediados de este año –que no llegó a alcanzar esos picos de temperatura– mató, al menos, a 15 mil personas, de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud. Podrían ser apenas una fracción de las víctimas fatales de la ola de calor que se vivió en China este año, entre mediados de junio y fines de agosto, la «más severa» en términos de duración, extensión espacial, intensidad e impacto desde que existe registro, según la calificaron las autoridades locales.

Los eventos meteorológicos y climáticos de alto impacto del año pasado afectaron directamente a más de 500 mil personas y causaron daños económicos superiores a los 50.000 millones de dólares, según la OMM. Todas estas catástrofes han sido causa del cambio climático producido por la acción humana: en eso coinciden investigadores de las mayores universidades del planeta y de las principales agencias intergubernamentales. Y todo esto, sin haber alcanzado aún el dorado límite de los 1,5 grados de aumento. De hecho, es posible que inmensos reguladores de la temperatura y la biodiversidad globales ya estén en camino de desaparecer: las capas de hielo de Groenlandia y el oeste de la Antártida, el permafrost del hemisferio norte, los arrecifes de coral de todo el mundo y una de las mayores corrientes oceánicas del Atlántico pueden haber entrado ya en un proceso irreversible de colapso gracias al actual «modesto» aumento de 1,15 grados. Así lo reveló en setiembre un estudio publicado en Science por investigadores de primera línea de las universidades de Estocolmo, Exeter y Potsdam.

A TODA MÁQUINA

Lo cierto es que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático ha advertido en su último informe que alcanza con que sigamos usando la infraestructura de combustibles fósiles ya instalada para que las emisiones salgan pronto disparadas muy por encima del límite de los 1,5 grados. La Agencia Internacional de Energía, en tanto, repitió en mayo del año pasado que cualquier nuevo proyecto de extracción de petróleo, gas o carbón es incompatible con la meta del cero neto en 2050. En otras palabras: será imposible llegar a esa meta si se sigue invirtiendo en estas fuentes de combustible. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo, y a paso acelerado.

Desde 2020, las empresas petroleras y de gas han venido agregando unos 160.000 millones de dólares a sus inversiones extractivas. La aplastante mayoría de estas compañías tiene planes de continuar expandiendo su producción en los próximos años, según un reciente relevamiento de la ONG alemana Urgewald, y gobiernos de todo el mundo, incluido Uruguay, están abriendo licitaciones para nuevos proyectos de búsqueda y extracción de combustibles fósiles. La guerra en Ucrania, que ha disparado los precios del petróleo y el gas, ha sido bienvenida por la industria como un impulso a la producción.

 

 

Se calcula que solo durante este año se bombearán a la atmósfera 36.600 millones de toneladas de dióxido de carbono, de acuerdo al Global Carbon Project, que lleva estas estadísticas desde 2001. Exceptuando el punto álgido de la pandemia de covid-19, la cifra se mantiene prácticamente estable desde 2018 y no da muestras de disminuir. En caso de ejecutarse los proyectos ya sobre la mesa de las grandes compañías, otros 115.000 millones de toneladas irán a la atmósfera en los próximos años. Al mismo tiempo, la producción de carne animal para consumo humano llegó en 2021 al récord de 340 millones de toneladas y se espera que al cierre de este año supere esa cifra, empujada por la creciente demanda de carne, según ha informado la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos. Junto con la quema de combustibles fósiles, la ganadería es una de las dos mayores actividades emisoras de gases de efecto invernadero y, combinada con la agricultura (de la que más del 30 por ciento es para alimentar ganado), es la mayor causa de deforestación en el mundo, de acuerdo a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).

CAMINO AL INFIERNO

En este marco, la OMM informó meses atrás que la chance de que se superen los 1,5 grados de aumento en los próximos cinco años es de un 50 por ciento. Para James Dyke, profesor de Sistemas Globales en la Universidad de Exeter, Robert Watson, profesor emérito de Ciencias Ambientales en la Universidad de East Anglia, y Wolfgang Knorr, científico investigador sénior en Geografía Física y Ciencias de los Ecosistemas en la Universidad de Lund, se trata de un pronóstico más que modesto. Ya en la COP de París de 2015, afirman en un largo artículo publicado en The Conversation en abril del año pasado, «nadie pensó que limitar el aumento de la temperatura a 1,5°C fuera posible». «Nos cuesta nombrar a algún científico del clima que en ese momento pensara que el Acuerdo de París era factible», sostienen. Para establecer ese límite como algo alcanzable, los negociadores del Acuerdo de París se respaldaron en proyecciones matemáticas que incluían sofisticadas tecnologías para secuestrar carbono de la atmósfera, tecnologías que aún en la actualidad no se han desarrollado, por falta de suficiente investigación o por costos excesivos de implementación que las hacen inútiles, señalan los tres investigadores.

«Ha llegado el momento de expresar nuestros temores y ser sinceros con la sociedad en general. Las actuales políticas de cero neto no mantendrán el calentamiento dentro de los 1,5°C porque nunca lo pretendieron. Fueron y siguen siendo impulsadas por la necesidad de proteger los negocios como siempre, no el clima», rematan. En la víspera de la COP27, las propias Naciones Unidas debieron admitirlo: «No existe hoy un camino creíble para seguir por debajo del límite de 1,5», se resignó, el 27 de octubre, el Programa para el Medio Ambiente del organismo.

Y nada parece indicar que ese camino aparezca en esta COP. El borrador de acuerdo que se publicó este jueves y sobre el que trabajarán los negociadores este fin de semana –la COP debía terminar hoy viernes, pero la falta de avances obliga a estirar el cierre– no dice nada sobre dejar de usar combustibles fósiles o de reducir los actuales niveles de producción ganadera. La Unión Europea e India habían pedido que se incluyera en el documento final un llamado a «eliminar progresivamente todos los combustibles fósiles», pero el texto solo habla de «acelerar medidas hacia la disminución progresiva de energía carbonífera que no incluya tecnologías de captura de carbono, y hacia la eliminación progresiva y la racionalización de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles». De hecho, el año pasado, en Glasgow, fue la primera vez en la historia de las 27 COP que todas las partes acordaron mencionar, en una declaración conjunta, los combustibles fósiles y el carbón en referencia a la situación climática.

Mientras tanto, unos 636 lobistas de la industria de los combustibles fósiles asisten a esta COP, casi un centenar más de los que asistieron a la COP26, según documentó la ONG Global Witness esta semana. Son el doble de los delegados que han asistido por todos los pueblos indígenas del mundo. El contingente de lobistas supera el de delegados de cualquier nación de África, en una cumbre a la que se ha llamado «la COP africana».

EXTRAIDO DE BRECHA N° 1930. TITULO ORIGINAL: “LA COP27 Y LA FALTA DE AVANCES CONTRA LA CATÁSTROFE CLIMÁTICA. Punto muerto”. Autor: Francisco Claramunt,  18 de noviembre, 2022

 

 

 

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