sábado, 28 de noviembre de 2015

Intervención de Gerardo Caetano en la Mesa Redonda realizada con motivo del 99 aniversario de la aprobación de la Ley nº 5350 de Jornada Laboral de 8 horas
20 de noviembre de 2014

Agradezco muy particularmente esta invitación, honrosa e inspiradora y al mismo tiempo felicito a la Central por esta iniciativa, que espero realmente, y les ofrezco mi ayuda, que sea el inicio de un proceso de conmemoración del centenario de la Ley de 8 horas.
Esto viene  bien, porque recordar significa volver a pasar por el corazón, y el sentido de la memoria tiene que ver mucho más que ver con el futuro que con el pasado, aunque a veces se equivoquen.
El Presidente Mujica suele señalar que en estos últimos años, que con su chofer le pasa algo bastante curioso. El chofer lo lleva a un lado, a otro y en muchas ocasiones son las conmemoraciones de cien años de algo, un liceo, una escuela, un instituto y un día le preguntó “pero Presidente, que pasó hace cien años”. Y Mujica lo miró y le dijo “¿Qué pasó? Pasó Batlle y Ordóñez”.
Pero en realidad no solamente pasó Batlle y Ordóñez, pasaron muchos, que de alguna manera conformaron un período, que nunca es una fragua personal y que nunca es una fragua sin conflictos, que es una fragua colectiva, donde las personas cuentan mucho, pero donde también los colectivos cuenta de igual manera.
En la segunda mitad del siglo XIX venían inmigrantes. Muchos de ellos venían con sus ideas, pero otros se hicieron españoles o italianos aquí. Porque no venían de Italia o de España, venían de Calabria o de Galicia, venían de las grandes aldeas. Y también muchos de ellos se hicieron anarquistas o socialistas aquí, asociados con los trabajadores.
Cuando la Internacional convoca a la celebración del 1º de Mayo e incorpora en el plan de reivindicaciones las 8 horas, lo hace bajo una propuesta de vida, 8 horas para descansar, 8 horas para trabajar, 8 horas para vivir.
Vaya propuesta transformadora que mantiene vigencia, quien de nosotros puede decir hoy que está cumpliendo esa pauta.
En este contexto, en Uruguay estaba todo por hacerse. Era un tiempo de utopías y las utopías eran las más diversas. Por ejemplo, los sindicatos tenían el Centro Internacional de Estudios Sociales, donde se debatía sobre el futuro. El Centro Liberal reunía al primer arzobispo de Montevideo Mariano Soler, para discutir con Pedro Díaz a propósito del vínculo entre la religión y la sociedad. Zorrilla de San Martín inaugurando el monumento a Artigas en la Plaza Independencia demostraba, el 28 de febrero de 1923, que en realidad el tema de los pronósticos complicados, no es un tema de ahora. Y que ya entonces se cometían errores muy grandes porque él en su discurso, cuando se inauguraba el monumento de Ángel Zanelli, dijo que Uruguay en el bicentenario iba a tener entre 35 y 40 millones de personas. Le erró un poco.
Pero en el marco de esas utopías había sindicatos, que ya en el Siglo XIX, por su propia lucha, habían conquistado las 8 horas. Eran los menos.
Y como he escuchado decir muchas veces con sabiduría, los empresarios uruguayos, eran más patrones que empresarios. Historia larga y lamentablemente vigente.
Su núcleo de enriquecimiento pasaba por la sobreexplotación de los trabajadores, que llegaban a trabajar 11, 12, 13, 14, 15 horas, como ha quedado testimoniado es la documentación.
Pero en aquel final del Siglo XIX, en ese Uruguay de las utopías, la cuestión social,  que era vista por los distintos gobiernos como cuestión policial, como algo que había que reprimir, se encontró con una gran transformación en el sistema político. Esa gran transformación está identificada con el acceso de José Batlle y Ordóñez a la Presidencia de la República.
No exclusivamente, hay otros fenómenos que la revelan, la fundación del Partido Socialista, la emergencia dentro del Partido Nacional de sectores con proyección también transformadora, los debates en el campo cultural, en el campo intelectual.
En aquel Uruguay que se transformaba y en el que todo estaba por hacerse, el tema era el porvenir, el tema era el futuro. A Batlle lo acusaban de porvenirismo, de que estaba enfermo de porvenirismo y que pensaba todo para el futuro.
Y ahí, en el novecientos, había dos grandes familias ideológicas. De un lado estaban los liberales conservadores, que creían que el sujeto de la libertad era el individuo, que los derechos preexistían a la política, que no había que impulsar ninguna noción de bien, que había que dejar que el individuo se despegara  porque la felicidad era una cuestión individual. Y por eso recelaban de la democracia y ambientaban un capitalismo duro, donde el Estado no interviniera.
Y del otro lado había otra familia ideológica que era la que podríamos llamar el republicanismo solidarista, que reivindicaba las tradiciones republicanas. Que el individuo no era el único sujeto de las libertades, que también había libertades de los colectivos, que la política era la que fundaba los derechos, que junto con la representación tenía que haber una participación permanente de los ciudadanos, que en esa construcción permanente de una ciudadanía que tenía que ser una ciudadanía para construir, una ciudadanía en tensión con la igualdad, donde la libertad individual solamente se podía registrar en el marco de la libertad de todos, esa vieja tensión entre libertad e igualdad, reivindicaba al Estado como un instrumento de solidaridad y planteaba la idea que los ciudadanos debían ser virtuosos.
En este contexto, de un país de utopías, de un país donde todo estaba por hacerse, Batlle y Ordóñez tiene su primera presidencia, ya había dado señales de transformación, incluso señales de apoyo al movimiento sindical, las grandes huelgas del ´95, las grandes huelgas de 1905 en las que incluyo Batlle y algunas de sus figuras habían reivindicado, contra la prensa conservadora que hubiera agitadores sindicales y que estos fueran extranjeros, porque eso era el porvenir. Porque esa era la simiente de la construcción de una sociedad nueva.
En la primera presidencia el gran tema fue la guerra civil. Y luego Batlle se fue cuatro años a Europa y dejó a un presidente mucho más conservador, aunque también tuvo algunos impulsos sobre todo en materia económica, no tanto en materia social, de transformación, como fue Claudio Williman.
Luego retornó. El Partido Nacional se abstuvo porque había hecho una intentona revolucionaria fracasada en 1910. Y eso habilitó a la emergencia de nuevos partidos, por ejemplo la Coalición Liberal Socialista, que llevó por primera vez a un diputado socialista a la Cámara de Representantes. Les recuerdo, uno en noventa y nueve. Y que sin embargo vaya que Emilio Frugoni hacía y promovía en el Parlamento. Uno en noventa y nueve.
Promoviendo mucho de aquello que se decía, una ley de inspiración socialista y de realización batllista. Un Partido Socialista que tenía un programa mínimo y un programa máximo y que se concebía a sí mismo muchas veces como el partido picana, el partido que estimulaba al batllismo a lo que el batllismo tenía como núcleo de su propuesta política e ideológica, avanzar.
No fue casual que Julio César Grauert cuando construye su agrupación en 1929, una agrupación en la izquierda batllista, le puso como nombre Avanzar.
Eso ya había estado en la historia del batllismo, porque como había dicho Domingo Arena, el programa del batllismo no tiene que tener punto final, porque la mejor página del programa del batllismo, es la página que vendrá. Es la página del porvenir, son los nuevos derechos que se incorporarán como propuesta.
En este contexto, proponer, como lo hizo Batlle y Ordóñez al inicio de la presidencia en 1911, centenares de proyectos de ley transformadores, fue la tónica de un hombre que volvía a la Presidencia de la República –por entonces los períodos presidenciales eran de cuatro años- con una obsesión, que era que esa era la hora del impulso, es la hora del avance, hay que aprovechar estos cuatro años.
Por eso no es casual que esa obsesión encontrara un vínculo de cercanía con un movimiento sindical que ya en 1905 había fundado una primera central sindical, la Federación Obrera Regional Uruguaya, de inspiración fundamentalmente anarquista, pero también con otras corrientes ideológicas.
Y en ese contexto, de un presidente que volvía a avanzar, a no perder tiempo, a impulsar transformaciones en todos los planos. La ley de los liceos departamentales, por la cual se fundaría en cada departamento un liceo público, porque se decía que si era privado no iba a incorporar a los pobres, simiente de una universidad pública por departamento. 19 universidades. O la ley de estaciones agronómicas, que generaba la propuesta de un complejo productivo científico donde el límite entre producción y desarrollo era la clave de la transformación.
Es en este contexto, y no casualmente que el 26 de junio de 1911 Batlle y Ordóñez propone la ley de 8 horas,  que inicialmente era una ley que recogía otros elementos, pero que luego en su discusión, que fue muy larga, costosa dentro del Parlamento, en 1913 fue separada en tres proyectos, uno de los cuales era la ley de 8 horas.
No era la primera ley de ordenamiento de las relaciones del trabajo. En 1903 los círculos católicos de obreros habían impulsado una ley, que no era una ley de 8 horas, pero era una ley de limitación de la jornada laboral. En 1904 un diputado colorado había incorporado aquella ley no tratada. En 1905 Herrera y Roxlo realizan también una propuesta de reglamentación laboral y el propio Batlle en 1906 había promovido una ley de ordenamiento de las relaciones laborales. Pero ninguna de ellas era una ley que propiamente incorporara la jornada de 8 horas. Que era, además de lo que significaba como propuesta concreta, el emblema del internacionalismo de los trabajadores en todo occidente.
La ley que propone Batlle y Ordóñez en el momento del impulso reformista, el 26 de junio, es la primera ley que expresamente incorpora sin matices, la delimitación de la jornada de 8 horas. No incorporaba las 8 horas para los trabajadores rurales. Y debían pasar 100 años para que esta conquista finalmente se estableciera. Pero en la fundamentación se señalaba y se incorporaba la legitimación de las 8 horas, que hacían los trabajadores sindicalizados, 8 horas para el descanso, 8 horas para el trabajo, 8 horas para vivir.
La ley se proponía un mes después de un episodio que marcó a fuego aquel debate entre las dos familias ideológicas. Batlle en mayo de 1911 se encontraba con el centenario de la Batalla de Las Piedras, y se encontraba con una huelga tranviaria, huelga que nada menos afectaba a las grandes empresas tranviarias inglesas con sus socios uruguayos, que generó la primera huelga general en la historia del país. Fue toda una señal.
Primero en la celebración de los cien años la prensa conservadora de que en la celebración en Las Piedras se había dado un episodio, un vendedor de naranjas italiano, cuando se entonaba el himno nacional había sido repudiado por un cura, que de un golpe le había sacado el sombrero, al grito de “vos solamente te sacás el sombrero ante el Himno a Garibaldi”. Y al otro día el Presidente de la República, desde el diario El Día firmando con su nombre, dijo que estaba muy mal lo que había hecho ese cura -claro que acá también estaba el anticlericalismo- porque eso era un nacionalismo boxerista, es un patoterismo bajo y que quien sabía si ese trabajador sabía lo que se estaba cantando y que en realidad como pasaba con la Convención del Partido Colorado y en los actos del Partido Colorado, tan importante como el Himno Nacional era La Marsellesa, y ni que hablar del Himno a Garibaldi.
En la Convención del Partido Colorado muy raramente se entonaba el Himno Nacional y siempre se entonaba La Marsellesa, y en los momentos más impactantes, el Himno a Garibaldi.
Y dijo que había que terminar con ese nacionalismo patoteril y hay que ir a un himno que se cante y se baile, incluso que pueda sonar al son de una chacarera. Al otro día, las acusaciones  de antiartiguista, antinacionalista, antipatria pulularon.
Pero si algo faltaba para marcar este momento, se encontró con la huelga tranviaria y en esa huelga el estado Batllista interviene negociando, favoreciendo a la negociación, llegan a un acuerdo, que incumplen las patronales.
Entonces la FORU se reúne en la noche, en el Centro Internacional de Estudios Sociales y decide la huelga general. Terminó a altas horas de la noche y rumbearon para la casa de Batlle y Ordóñez. Batlle estaba remodelando la quinta de Piedras Blancas, entonces estaba viviendo en un apartamento que le habían prestado en la esquina de Uruguay y Andes. Se armó un piquete policial, no dejan pasar a la manifestación de los trabajadores y los trabajadores desbordan el piquete policial y llegan a la casa de Batlle. Sale Batlle con su esposa, Matilde Pacheco y con su hija Ana Amalia al balcón y allí –no había megáfonos-, Ángel Falco, el poeta anarquista se sube al árbol y a los gritos, le explica porque están ahí los trabajadores.
Se hace un silencio y con aquella voz pesada y gangosa, Don Pepe saluda el advenimiento de un nuevo actor social y les dice que en él van a tener el respaldo, siempre y cuando no violen la ley. Que en él van a tener un amigo, que en él van a tener un socio en la construcción de una nueva sociedad. Y la manifestación obrera se disuelve gritando “Viva la huelga general, viva Batlle y Ordóñez”.
Montevideo temblequeaba y al otro día los patrones fueron a hablar con el Presidente que los recibió muy serio y les dijo “miren, aquí los que han incumplido el acuerdo son ustedes y les doy tres días -porque ustedes están haciendo ejercicio de una licitación pública- para que resuelvan este problema, porque si a los tres día no lo resuelven, voy a intervenir, el Estado va a intervenir, y va a exigirles el cumplimiento de la licitación pública”.
Los patrones salieron absolutamente convencidos que aquel hombre era de temer y toda la prensa conservadora planteó que en la Presidencia de la República había un loco socialista que quería destruir el capitalismo en el Uruguay y construir con los trabajadores, una sociedad nueva.
La ley recién sería aprobada más de cuatro años después y entró en vigor recién a comienzos del año ´16.
Hay que ser claros, en el momento que se propone la ley, el cincuenta por ciento de los trabajadores habían conquistado las ocho horas por su lucha, sin ley. Pero en 1913, cuando se desata una crisis económico-financiera internacional que impacta muy fuertemente sobre el Uruguay,  ese cincuenta por ciento bajó a un treinta y tres por ciento.
¿Qué es lo que hizo la ley? La ley proyecto al cien por ciento de los trabajadores urbanos una conquista que muchos de los sindicatos, por su debilidad, no hubieran podido conquistar por sí mismos.
Es la expresión de lo que ha existido siempre, y que ojalá exista siempre y cada vez más, que es el vínculo entre la lucha social y la lucha política. Vínculo en el que, los sindicatos como bien lo han demostrado, el movimiento sindical no puede tener solamente como función, la defensa corporativa de los intereses de los trabajadores afiliados, sino que tiene que generar el rol de representar una propuesta de transformación social global, que incorpore también al conjunto de la sociedad. Y eso genera un vínculo que tiene que ser virtuoso y que tiene que admitir el conflicto, y público entre la lucha social y la lucha política.
El batllismo tenía un paquete de transformaciones mucho más radical. La ola del impulso reformista, como lo dijo Real de Azúa, fue frenada por los conservadores de adentro del Partido Colorado y por  los conservadores de afuera. A Batlle lo llegaron a llamar el Lenin uruguayo, incluso llegaron a calificar el batllismo como el inquietismo, José Irureta Goyena. El batllismo es peor que el socialismo porque es el inquietismo. El socialismo persigue una quimera, decía José Irureta Goyena, pero una vez que la consiguiera, se quedaría ahí. El inquietismo es peor, porque rema contra el reposo, incorpora permanentemente nuevas demandas. El inquietismo –terminaba su discurso, bajo la aclamación de todos los productores rurales y de los empresarios de la época- es el mal del San Vito, entronado en las alturas del Capitolio.
El batllismo proponía la participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, públicas y privadas. ¿Qué pasaría si hoy lo propusiéramos? Seguramente habría una gran conmoción. En el programa del batllismo en los años 20 ya estaba. Y el propio Batlle lo impuso en el diario El Día. La participación de los trabajadores en las ganancias de las empresas, con una comisión conformada por los trabajadores y representantes de los gremios del diario El Día, para tramitar responsablemente esa conquista. El trabajador que no tenía una cultura de trabajo, no participaba de las ganancias, pero aquél trabajador que tenía la cultura del trabajo participaba siempre, incluso en momentos difíciles para la empresa.
El batllismo pudo alojar a Julio Cesar Grauert. Julio Cesar Grauert, asesinado durante la dictadura de Terra, llegó a proponer que frente a la lucha entre el capital y el trabajo, para mantener su neutralidad el Estado tenía que favorecer a los débiles y que por eso tenía que darle una compensación económica a los trabajadores en huelga. Y a Grauert lo quisieron echar varias veces del Partido Colorado porque se reconocía como marxista y decía que el marxismo y el batllismo, a pesar de que eran diferentes, tenían grandes posibilidades de diálogo entre sí.
Y Batlle nunca aceptó que expulsaran a Grauert. Más aún, para amenazar decía que nunca lo iban a expulsar, pero además decía que cada vez se convencía más que tenía razón en muchas cosas. Con lo cual el batllismo vivió lo que vivió, las escisiones. En 1913 el riverismo que decían que no eran socialistas, eran colorados. En 1919 el vierismo “nosotros no vamos al soviet”. Y en 1926, la última escisión, el Partido Colorado por la Tradición, el sosismo “nosotros no queremos cambiar las reglas del sistema”.
Lo que quiero decir, para terminar, es que hay un gran error en plantear que aquel momento del impulso reformista se daba irresponsablemente en un contexto de vaca gordas, con un crecimiento económico enorme y que el Uruguay en realidad lo hacía desde una cultura y desde una moral sin exigencia.  Grave error.
La segunda presidencia de Batlle tuvo una crisis económica feroz y la respuesta de Batlle y Ordóñez fue “hay que radicalizar las reformas”.
Desde esta inspiración, que no es una receta, lo que se hizo hace cien años no se debe volver a hacer hoy, aquéllos trabajadores y dirigentes políticos nos lo rechazarían fervorosamente. Hoy los desafíos son otros, pero la inspiración sigue siendo la misma.
La mejor página de cualquier programa para transformar la sociedad siempre estará por venir, los programas de transformación social, la democracia son por definición inacabadas e inacabables. Siempre estará abierta a incorporar nuevos derechos. La agenda de una sociedad nueva no se termina jamás.
Y con esa inspiración, que es tal vez lo más valioso de esa segunda presidencia de Batlle. Y quiero decir con la máxima convicción que hoy, cien años después, es la hora del impulso no es la hora del freno, no es la hora de la administración de lo logrado. No lo justifica el cambio del contexto económico que se perfila, que no va a hacer el mismo, que incluso puede desacelerar el crecimiento y que incluso puede plantear instancias, en algún sentido muy difíciles. No serán más difíciles que la crisis de 1913 y la respuesta de alguien convencido de que la igualdad no es solamente un problema social sino que la igualdad es la clave de la transformación económica, será siempre aquella respuesta que Batlle y Ordóñez con el respaldo de los trabajadores dio en 1913. Y esa es la actitud más responsable que se puede tener en un momento como este.

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