Intervención de Gerardo Caetano en la Mesa Redonda realizada
con motivo del 99 aniversario de la aprobación de la Ley nº 5350 de
Jornada Laboral de 8 horas
20 de noviembre de 2014
Agradezco muy particularmente esta invitación, honrosa e inspiradora y
al mismo tiempo felicito a la Central por esta iniciativa, que espero
realmente, y les ofrezco mi ayuda, que sea el inicio de un proceso de
conmemoración del centenario de la Ley de 8 horas.
Esto viene bien, porque recordar significa volver a pasar por el
corazón, y el sentido de la memoria tiene que ver mucho más que ver con
el futuro que con el pasado, aunque a veces se equivoquen.
El Presidente Mujica suele señalar que en estos últimos años, que con
su chofer le pasa algo bastante curioso. El chofer lo lleva a un lado, a
otro y en muchas ocasiones son las conmemoraciones de cien años de
algo, un liceo, una escuela, un instituto y un día le preguntó “pero
Presidente, que pasó hace cien años”. Y Mujica lo miró y le dijo “¿Qué
pasó? Pasó Batlle y Ordóñez”.
Pero en realidad no solamente pasó Batlle y Ordóñez, pasaron muchos,
que de alguna manera conformaron un período, que nunca es una fragua
personal y que nunca es una fragua sin conflictos, que es una fragua
colectiva, donde las personas cuentan mucho, pero donde también los
colectivos cuenta de igual manera.
En la segunda mitad del siglo XIX venían inmigrantes. Muchos de ellos
venían con sus ideas, pero otros se hicieron españoles o italianos
aquí. Porque no venían de Italia o de España, venían de Calabria o de
Galicia, venían de las grandes aldeas. Y también muchos de ellos se
hicieron anarquistas o socialistas aquí, asociados con los trabajadores.
Cuando la Internacional convoca a la celebración del 1º de Mayo e
incorpora en el plan de reivindicaciones las 8 horas, lo hace bajo una
propuesta de vida, 8 horas para descansar, 8 horas para trabajar, 8
horas para vivir.
Vaya propuesta transformadora que mantiene vigencia, quien de nosotros puede decir hoy que está cumpliendo esa pauta.
En este contexto, en Uruguay estaba todo por hacerse. Era un tiempo
de utopías y las utopías eran las más diversas. Por ejemplo, los
sindicatos tenían el Centro Internacional de Estudios Sociales, donde se
debatía sobre el futuro. El Centro Liberal reunía al primer arzobispo
de Montevideo Mariano Soler, para discutir con Pedro Díaz a propósito
del vínculo entre la religión y la sociedad. Zorrilla de San Martín
inaugurando el monumento a Artigas en la Plaza Independencia demostraba,
el 28 de febrero de 1923, que en realidad el tema de los pronósticos
complicados, no es un tema de ahora. Y que ya entonces se cometían
errores muy grandes porque él en su discurso, cuando se inauguraba el
monumento de Ángel Zanelli, dijo que Uruguay en el bicentenario iba a
tener entre 35 y 40 millones de personas. Le erró un poco.
Pero en el marco de esas utopías había sindicatos, que ya en el Siglo
XIX, por su propia lucha, habían conquistado las 8 horas. Eran los
menos.
Y como he escuchado decir muchas veces con sabiduría, los empresarios
uruguayos, eran más patrones que empresarios. Historia larga y
lamentablemente vigente.
Su núcleo de enriquecimiento pasaba por la sobreexplotación de los
trabajadores, que llegaban a trabajar 11, 12, 13, 14, 15 horas, como ha
quedado testimoniado es la documentación.
Pero en aquel final del Siglo XIX, en ese Uruguay de las utopías, la
cuestión social, que era vista por los distintos gobiernos como
cuestión policial, como algo que había que reprimir, se encontró con una
gran transformación en el sistema político. Esa gran transformación
está identificada con el acceso de José Batlle y Ordóñez a la
Presidencia de la República.
No exclusivamente, hay otros fenómenos que la revelan, la fundación
del Partido Socialista, la emergencia dentro del Partido Nacional de
sectores con proyección también transformadora, los debates en el campo
cultural, en el campo intelectual.
En aquel Uruguay que se transformaba y en el que todo estaba por
hacerse, el tema era el porvenir, el tema era el futuro. A Batlle lo
acusaban de porvenirismo, de que estaba enfermo de porvenirismo y que
pensaba todo para el futuro.
Y ahí, en el novecientos, había dos grandes familias ideológicas. De
un lado estaban los liberales conservadores, que creían que el sujeto de
la libertad era el individuo, que los derechos preexistían a la
política, que no había que impulsar ninguna noción de bien, que había
que dejar que el individuo se despegara porque la felicidad era una
cuestión individual. Y por eso recelaban de la democracia y ambientaban
un capitalismo duro, donde el Estado no interviniera.
Y del otro lado había otra familia ideológica que era la que
podríamos llamar el republicanismo solidarista, que reivindicaba las
tradiciones republicanas. Que el individuo no era el único sujeto de las
libertades, que también había libertades de los colectivos, que la
política era la que fundaba los derechos, que junto con la
representación tenía que haber una participación permanente de los
ciudadanos, que en esa construcción permanente de una ciudadanía que
tenía que ser una ciudadanía para construir, una ciudadanía en tensión
con la igualdad, donde la libertad individual solamente se podía
registrar en el marco de la libertad de todos, esa vieja tensión entre
libertad e igualdad, reivindicaba al Estado como un instrumento de
solidaridad y planteaba la idea que los ciudadanos debían ser virtuosos.
En este contexto, de un país de utopías, de un país donde todo estaba
por hacerse, Batlle y Ordóñez tiene su primera presidencia, ya había
dado señales de transformación, incluso señales de apoyo al movimiento
sindical, las grandes huelgas del ´95, las grandes huelgas de 1905 en
las que incluyo Batlle y algunas de sus figuras habían reivindicado,
contra la prensa conservadora que hubiera agitadores sindicales y que
estos fueran extranjeros, porque eso era el porvenir. Porque esa era la
simiente de la construcción de una sociedad nueva.
En la primera presidencia el gran tema fue la guerra civil. Y luego
Batlle se fue cuatro años a Europa y dejó a un presidente mucho más
conservador, aunque también tuvo algunos impulsos sobre todo en materia
económica, no tanto en materia social, de transformación, como fue
Claudio Williman.
Luego retornó. El Partido Nacional se abstuvo porque había hecho una
intentona revolucionaria fracasada en 1910. Y eso habilitó a la
emergencia de nuevos partidos, por ejemplo la Coalición Liberal
Socialista, que llevó por primera vez a un diputado socialista a la
Cámara de Representantes. Les recuerdo, uno en noventa y nueve. Y que
sin embargo vaya que Emilio Frugoni hacía y promovía en el Parlamento.
Uno en noventa y nueve.
Promoviendo mucho de aquello que se decía, una ley de inspiración
socialista y de realización batllista. Un Partido Socialista que tenía
un programa mínimo y un programa máximo y que se concebía a sí mismo
muchas veces como el partido picana, el partido que estimulaba al
batllismo a lo que el batllismo tenía como núcleo de su propuesta
política e ideológica, avanzar.
No fue casual que Julio César Grauert cuando construye su agrupación
en 1929, una agrupación en la izquierda batllista, le puso como nombre
Avanzar.
Eso ya había estado en la historia del batllismo, porque como había
dicho Domingo Arena, el programa del batllismo no tiene que tener punto
final, porque la mejor página del programa del batllismo, es la página
que vendrá. Es la página del porvenir, son los nuevos derechos que se
incorporarán como propuesta.
En este contexto, proponer, como lo hizo Batlle y Ordóñez al inicio
de la presidencia en 1911, centenares de proyectos de ley
transformadores, fue la tónica de un hombre que volvía a la Presidencia
de la República –por entonces los períodos presidenciales eran de cuatro
años- con una obsesión, que era que esa era la hora del impulso, es la
hora del avance, hay que aprovechar estos cuatro años.
Por eso no es casual que esa obsesión encontrara un vínculo de
cercanía con un movimiento sindical que ya en 1905 había fundado una
primera central sindical, la Federación Obrera Regional Uruguaya, de
inspiración fundamentalmente anarquista, pero también con otras
corrientes ideológicas.
Y en ese contexto, de un presidente que volvía a avanzar, a no perder
tiempo, a impulsar transformaciones en todos los planos. La ley de los
liceos departamentales, por la cual se fundaría en cada departamento un
liceo público, porque se decía que si era privado no iba a incorporar a
los pobres, simiente de una universidad pública por departamento. 19
universidades. O la ley de estaciones agronómicas, que generaba la
propuesta de un complejo productivo científico donde el límite entre
producción y desarrollo era la clave de la transformación.
Es en este contexto, y no casualmente que el 26 de junio de 1911
Batlle y Ordóñez propone la ley de 8 horas, que inicialmente era una
ley que recogía otros elementos, pero que luego en su discusión, que fue
muy larga, costosa dentro del Parlamento, en 1913 fue separada en tres
proyectos, uno de los cuales era la ley de 8 horas.
No era la primera ley de ordenamiento de las relaciones del trabajo.
En 1903 los círculos católicos de obreros habían impulsado una ley, que
no era una ley de 8 horas, pero era una ley de limitación de la jornada
laboral. En 1904 un diputado colorado había incorporado aquella ley no
tratada. En 1905 Herrera y Roxlo realizan también una propuesta de
reglamentación laboral y el propio Batlle en 1906 había promovido una
ley de ordenamiento de las relaciones laborales. Pero ninguna de ellas
era una ley que propiamente incorporara la jornada de 8 horas. Que era,
además de lo que significaba como propuesta concreta, el emblema del
internacionalismo de los trabajadores en todo occidente.
La ley que propone Batlle y Ordóñez en el momento del impulso
reformista, el 26 de junio, es la primera ley que expresamente incorpora
sin matices, la delimitación de la jornada de 8 horas. No incorporaba
las 8 horas para los trabajadores rurales. Y debían pasar 100 años para
que esta conquista finalmente se estableciera. Pero en la fundamentación
se señalaba y se incorporaba la legitimación de las 8 horas, que hacían
los trabajadores sindicalizados, 8 horas para el descanso, 8 horas para
el trabajo, 8 horas para vivir.
La ley se proponía un mes después de un episodio que marcó a fuego
aquel debate entre las dos familias ideológicas. Batlle en mayo de 1911
se encontraba con el centenario de la Batalla de Las Piedras, y se
encontraba con una huelga tranviaria, huelga que nada menos afectaba a
las grandes empresas tranviarias inglesas con sus socios uruguayos, que
generó la primera huelga general en la historia del país. Fue toda una
señal.
Primero en la celebración de los cien años la prensa conservadora de
que en la celebración en Las Piedras se había dado un episodio, un
vendedor de naranjas italiano, cuando se entonaba el himno nacional
había sido repudiado por un cura, que de un golpe le había sacado el
sombrero, al grito de “vos solamente te sacás el sombrero ante el Himno a
Garibaldi”. Y al otro día el Presidente de la República, desde el
diario El Día firmando con su nombre, dijo que estaba muy mal lo que
había hecho ese cura -claro que acá también estaba el anticlericalismo-
porque eso era un nacionalismo boxerista, es un patoterismo bajo y que
quien sabía si ese trabajador sabía lo que se estaba cantando y que en
realidad como pasaba con la Convención del Partido Colorado y en los
actos del Partido Colorado, tan importante como el Himno Nacional era La
Marsellesa, y ni que hablar del Himno a Garibaldi.
En la Convención del Partido Colorado muy raramente se entonaba el
Himno Nacional y siempre se entonaba La Marsellesa, y en los momentos
más impactantes, el Himno a Garibaldi.
Y dijo que había que terminar con ese nacionalismo patoteril y hay
que ir a un himno que se cante y se baile, incluso que pueda sonar al
son de una chacarera. Al otro día, las acusaciones de antiartiguista,
antinacionalista, antipatria pulularon.
Pero si algo faltaba para marcar este momento, se encontró con la
huelga tranviaria y en esa huelga el estado Batllista interviene
negociando, favoreciendo a la negociación, llegan a un acuerdo, que
incumplen las patronales.
Entonces la FORU se reúne en la noche, en el Centro Internacional de
Estudios Sociales y decide la huelga general. Terminó a altas horas de
la noche y rumbearon para la casa de Batlle y Ordóñez. Batlle estaba
remodelando la quinta de Piedras Blancas, entonces estaba viviendo en un
apartamento que le habían prestado en la esquina de Uruguay y Andes. Se
armó un piquete policial, no dejan pasar a la manifestación de los
trabajadores y los trabajadores desbordan el piquete policial y llegan a
la casa de Batlle. Sale Batlle con su esposa, Matilde Pacheco y con su
hija Ana Amalia al balcón y allí –no había megáfonos-, Ángel Falco, el
poeta anarquista se sube al árbol y a los gritos, le explica porque
están ahí los trabajadores.
Se hace un silencio y con aquella voz pesada y gangosa, Don Pepe
saluda el advenimiento de un nuevo actor social y les dice que en él van
a tener el respaldo, siempre y cuando no violen la ley. Que en él van a
tener un amigo, que en él van a tener un socio en la construcción de
una nueva sociedad. Y la manifestación obrera se disuelve gritando “Viva
la huelga general, viva Batlle y Ordóñez”.
Montevideo temblequeaba y al otro día los patrones fueron a hablar
con el Presidente que los recibió muy serio y les dijo “miren, aquí los
que han incumplido el acuerdo son ustedes y les doy tres días -porque
ustedes están haciendo ejercicio de una licitación pública- para que
resuelvan este problema, porque si a los tres día no lo resuelven, voy a
intervenir, el Estado va a intervenir, y va a exigirles el cumplimiento
de la licitación pública”.
Los patrones salieron absolutamente convencidos que aquel hombre era
de temer y toda la prensa conservadora planteó que en la Presidencia de
la República había un loco socialista que quería destruir el capitalismo
en el Uruguay y construir con los trabajadores, una sociedad nueva.
La ley recién sería aprobada más de cuatro años después y entró en vigor recién a comienzos del año ´16.
Hay que ser claros, en el momento que se propone la ley, el cincuenta
por ciento de los trabajadores habían conquistado las ocho horas por su
lucha, sin ley. Pero en 1913, cuando se desata una crisis
económico-financiera internacional que impacta muy fuertemente sobre el
Uruguay, ese cincuenta por ciento bajó a un treinta y tres por ciento.
¿Qué es lo que hizo la ley? La ley proyecto al cien por ciento de los
trabajadores urbanos una conquista que muchos de los sindicatos, por su
debilidad, no hubieran podido conquistar por sí mismos.
Es la expresión de lo que ha existido siempre, y que ojalá exista
siempre y cada vez más, que es el vínculo entre la lucha social y la
lucha política. Vínculo en el que, los sindicatos como bien lo han
demostrado, el movimiento sindical no puede tener solamente como
función, la defensa corporativa de los intereses de los trabajadores
afiliados, sino que tiene que generar el rol de representar una
propuesta de transformación social global, que incorpore también al
conjunto de la sociedad. Y eso genera un vínculo que tiene que ser
virtuoso y que tiene que admitir el conflicto, y público entre la lucha
social y la lucha política.
El batllismo tenía un paquete de transformaciones mucho más radical.
La ola del impulso reformista, como lo dijo Real de Azúa, fue frenada
por los conservadores de adentro del Partido Colorado y por los
conservadores de afuera. A Batlle lo llegaron a llamar el Lenin
uruguayo, incluso llegaron a calificar el batllismo como el inquietismo,
José Irureta Goyena. El batllismo es peor que el socialismo porque es
el inquietismo. El socialismo persigue una quimera, decía José Irureta
Goyena, pero una vez que la consiguiera, se quedaría ahí. El inquietismo
es peor, porque rema contra el reposo, incorpora permanentemente nuevas
demandas. El inquietismo –terminaba su discurso, bajo la aclamación de
todos los productores rurales y de los empresarios de la época- es el
mal del San Vito, entronado en las alturas del Capitolio.
El batllismo proponía la participación de los trabajadores en las
ganancias de las empresas, públicas y privadas. ¿Qué pasaría si hoy lo
propusiéramos? Seguramente habría una gran conmoción. En el programa del
batllismo en los años 20 ya estaba. Y el propio Batlle lo impuso en el
diario El Día. La participación de los trabajadores en las ganancias de
las empresas, con una comisión conformada por los trabajadores y
representantes de los gremios del diario El Día, para tramitar
responsablemente esa conquista. El trabajador que no tenía una cultura
de trabajo, no participaba de las ganancias, pero aquél trabajador que
tenía la cultura del trabajo participaba siempre, incluso en momentos
difíciles para la empresa.
El batllismo pudo alojar a Julio Cesar Grauert. Julio Cesar Grauert,
asesinado durante la dictadura de Terra, llegó a proponer que frente a
la lucha entre el capital y el trabajo, para mantener su neutralidad el
Estado tenía que favorecer a los débiles y que por eso tenía que darle
una compensación económica a los trabajadores en huelga. Y a Grauert lo
quisieron echar varias veces del Partido Colorado porque se reconocía
como marxista y decía que el marxismo y el batllismo, a pesar de que
eran diferentes, tenían grandes posibilidades de diálogo entre sí.
Y Batlle nunca aceptó que expulsaran a Grauert. Más aún, para
amenazar decía que nunca lo iban a expulsar, pero además decía que cada
vez se convencía más que tenía razón en muchas cosas. Con lo cual el
batllismo vivió lo que vivió, las escisiones. En 1913 el riverismo que
decían que no eran socialistas, eran colorados. En 1919 el vierismo
“nosotros no vamos al soviet”. Y en 1926, la última escisión, el Partido
Colorado por la Tradición, el sosismo “nosotros no queremos cambiar las
reglas del sistema”.
Lo que quiero decir, para terminar, es que hay un gran error en
plantear que aquel momento del impulso reformista se daba
irresponsablemente en un contexto de vaca gordas, con un crecimiento
económico enorme y que el Uruguay en realidad lo hacía desde una cultura
y desde una moral sin exigencia. Grave error.
La segunda presidencia de Batlle tuvo una crisis económica feroz y la
respuesta de Batlle y Ordóñez fue “hay que radicalizar las reformas”.
Desde esta inspiración, que no es una receta, lo que se hizo hace
cien años no se debe volver a hacer hoy, aquéllos trabajadores y
dirigentes políticos nos lo rechazarían fervorosamente. Hoy los desafíos
son otros, pero la inspiración sigue siendo la misma.
La mejor página de cualquier programa para transformar la sociedad
siempre estará por venir, los programas de transformación social, la
democracia son por definición inacabadas e inacabables. Siempre estará
abierta a incorporar nuevos derechos. La agenda de una sociedad nueva no
se termina jamás.
Y con esa inspiración, que es tal vez lo más valioso de esa segunda
presidencia de Batlle. Y quiero decir con la máxima convicción que hoy,
cien años después, es la hora del impulso no es la hora del freno, no es
la hora de la administración de lo logrado. No lo justifica el cambio
del contexto económico que se perfila, que no va a hacer el mismo, que
incluso puede desacelerar el crecimiento y que incluso puede plantear
instancias, en algún sentido muy difíciles. No serán más difíciles que
la crisis de 1913 y la respuesta de alguien convencido de que la
igualdad no es solamente un problema social sino que la igualdad es la
clave de la transformación económica, será siempre aquella respuesta que
Batlle y Ordóñez con el respaldo de los trabajadores dio en 1913. Y esa
es la actitud más responsable que se puede tener en un momento como
este.
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