Lo primero,
tras conocer los resultados de las elecciones del pasado domingo 19, fue el
asalto de las emociones. Luego, con su rumiante trajinar, viene la razón y su
pelea contra la pereza del enfado y el beneficio siempre generoso del reparto
de culpas ajenas.
Estas
tesis, preliminares, son el comienzo del lento rumiar de la razón en busca de
sentido, de la construcción de explicaciones que ayuden a entender y de
aprendizajes que permitan colocar la mirada en el día después… que siempre es
ahora.
I.
Del hastío
de la eterna postergación surgió el tánatos liberador. Las promesas incumplidas
son fábricas de defraudaciones en las que se produce el hastío de esperar lo
que ya se sabe que no va a venir. Millones de personas, de los más de 14
millones que votaron a Milei, lo hicieron hartos de esperar una buena vida que
no llega, mientras los arrastra con fuerza la realidad de las promesas
incumplidas.
En
Argentina, solo en los últimos cuatro años de gobierno, la transferencia
regresiva de ingresos del trabajo al capital superó los 70.000 millones de
dólares. Cómo enojarse con el desencanto, si lo que todos ven es que pasa un
gobierno y otro y otro y la pendiente no deja de pronunciarse.
¿Qué ofrece
el sistema en la vida real? Más pobreza, más desigualdad, más violencia y más
inestabilidad en el día a día. Las bonanzas del mercado miope y los servicios
limitados del Estado solo les llegan a los integrados, y esos son cada vez
menos. El resto de los «invitados» a la mesa –la nueva mayoría en crecimiento–
ya no tiene ni las migajas. El mundo de los excluidos crece a una velocidad
mayor que lo que el biempensante puede permitirse aceptar. El sistema
capitalista es un fabricante en serie de promesas que no puede cumplir, y de
esas frustraciones acumuladas y masivas se alimenta la ultraderecha.
Así las
cosas, Milei, que sin duda alguna es el representante más prístino del sistema,
se transformó en la opción predilecta para representar el fastidio de la misma
gente a la que el sistema le fastidia la vida. Dejar vacío de significados ese
malestar desde el pensamiento crítico es igual de dañino que quedar pegado al
sistema que lo produce.
Dos errores
estratégicos, regalados en bandeja a las nuevas derechas del mundo.
II.
Es
temerario decir que el triunfo de Milei es el triunfo ideológico de la extrema
derecha, pero no hay testigo que desmienta que Milei ganó diciendo lo que
piensa. Nunca ocultó la radicalidad ideológica que anima su pensamiento
capitalista. Expresó, sin atenuantes, su odio a la justicia social, su
negacionismo del terrorismo de Estado y su apología del pensamiento único. No
ahorró insultos ni amenazas para quien pensara distinto a él. Fue
particularmente agresivo contra el pensamiento de izquierda y las
organizaciones de derechos humanos. Ni la letanía keynesiana quedó a salvo de
su inquina autoritaria. Incluso, llegó a deslizar la tesis paleolibertaria de
Rothbard, su mentor ideológico, acerca de la legitimidad de la venta de niños y
del mercado de compraventa de órganos humanos.
Milei ganó
con la mochila del desencanto de la gente ante el reinado de la precariedad,
sí, pero ganó diciendo lo que piensa. Ganar, a pesar de tanto alarido
endemoniado, fue posible, mal que nos pese, porque la ultraderecha se quedó
socialmente con el discurso que impugna y solivianta. La ultraderecha se
convirtió en la voz del hartazgo, frente a una socialdemocracia que le hablaba
de «movilidad social ascendente» a una sociedad que cría a dos terceras partes
de las niñas y los niños en la pobreza y en la expropiación de derechos
fundamentales. La ultraderecha, con su relato oscuro, autoritario y de odio
exacerbado, se convirtió en la interpelación a una sociedad con una pobreza del
40 por ciento y un aumento de precios descontrolado (140 por ciento de inflación
anual). La ultraderecha se apoderó del hastío, pero sobre todo del deseo de
entrar de los millones que el propio sistema deja afuera y va a seguir dejando
afuera.
El
centrismo y todos sus cultores, que repiten el mantra de que solo se gana al
llegar al centro político, se quedó con un éxito lleno de fracasos, ante un
pueblo que ya no les creía. Ni siquiera como último y desesperado refugio ante
el miedo al abismo. La socialdemocracia y buena parte de la izquierda
contemporánea están llenas, repletas de esa verdad sagrada que la extrema
derecha acaba de devorarse.
Es deseable
y necesario que esa autocrítica y esa interpelación vengan, que se pongan en
palabras y que el consenso centrista asuma su responsabilidad política e
ideológica. Si no se cuestionan los dogmas, el pensamiento queda encerrado, sin
posibilidades de hacer nada para cambiar las cosas. Renunciar a impugnar el
sistema capitalista, a explicar sus fallas y sus contradicciones, mientras se
brinda en las altas copas de la ideología de la gestión y las virtudes de la
buena administración, es pegarle un golpe de gracia a la política y, en ese
mismo acto, dejar la mesa servida para los lobos hambrientos y sus secuaces.
El consenso
centrista no comprende el mundo socialmente existente e induce al pensamiento
crítico a dejar de hablar con sus palabras, de pensar con sus categorías y de
hacer pedagogía política con la esperanza de su visión del mundo. He aquí una
de las condiciones de posibilidad del resurgimiento de las nuevas derechas.
III.
La izquierda
fracasa en su tarea pedagógica y en su función estratégica. No explica bien, no
convence, no emociona. O no lo hace lo suficientemente bien como lo hace la
extrema derecha.
Milei es el
hijo predilecto del sistema, pero es el único que aparece como antisistema.
¿Cómo es eso posible? ¿Cómo hizo el hacha para convencer a todo el bosque de
que se necesitaban más hachas para frenar la deforestación? Algo le está
saliendo mal y no alcanza con echarles la culpa a todos los demás.
La falta de
un programa de transición, con perspectiva histórica, con mediaciones
subjetivas con el pueblo realmente existente y con audacia táctica para
enfrentar las asimetrías de poderes fácticos a las que se debe enfrentar el
proyecto emancipador es el lastre de una práctica política que tiende a
limitarse a la denuncia y la resistencia, cuando no al confort del autoconsumo
ideológico.
IV.
La
gravitación de las extremas derechas capitalistas está lejos de extinguirse.
Las derrotas de Trump y Bolsonaro fueron emblemáticas, pero no fueron el cierre
de un ciclo histórico.
Es menester
advertir un desafío inminente. El estiramiento del límite de lo decible y de la
aceptabilidad social del odio que la ultraderecha necesita como el aire
requiere de una vigorosa reinvención política y cultural de las cosmovisiones
críticas y anticapitalistas para cortar ese metabolismo. Hay que reinventarse y
volver a las raíces, con la imaginación en el futuro, porque las nuevas
derechas no se van a ir y desde el consenso centrista no se las va a detener.
Hay que recuperar el humanismo radical, el sentido de lo comunitario y el amor
por el bien común. Y luchar, sin pausa ni tregua, por recuperar la libertad de
las fauces del egoísmo.
Publicado originalmente en Brecha número
1984 del 5 de diciembre de 2023. Autor: Sergio Sommaruga. Titulo original: Tesis preliminares sobre la victoria de la
ultraderecha en Argentina
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