miércoles, 1 de diciembre de 2021

La Policía y los adolescentes de la periferia. «Rutina es pegarnos»

 

 

Un informe de varias instituciones da cuenta de que habitar los barrios periféricos de Montevideo y Paysandú siendo adolescente implica situaciones de violencia cotidianas, que incluyen golpizas, balas de goma y hasta amenazas con cuchillos y picanas.

«En Casabó te paran diciendo que es rutina, todo el tiempo; vas caminando tranqui y te paran mal. Les preguntás qué hacen y siempre te dicen: “Rutina”. Rutina es pegarnos, siempre es rutina», dice uno de los chiquilines citados en el informe Adolescentes en comunidad. Experiencias de violencia institucional en Montevideo y Paysandú.

El informe releva el accionar policial cotidiano en barrios periféricos de Montevideo, específicamente en los Municipios A, D, F y G, y también en los de las zonas sureste y norte de la ciudad de Paysandú. El nombre de los barrios se omitió para evitar la estigmatización, pero la elección de los sitios no fue azarosa: según cuenta a Brecha Diego Silva, docente y coordinador de la Red de Estudios sobre Pedagogía Social y Subjetivación del Instituto Académico de Educación Social –una de las instituciones que llevó adelante el estudio–, decidieron dialogar con jóvenes que habitan los mismos barrios que los que están privados de libertad.

La Institución Nacional de Derechos Humanos (INDDHH) y la Universidad Católica del Uruguay también participaron en el informe. Los adolescentes entrevistados, en una o más ocasiones, fueron 115 en total: 78 de Montevideo y 37 de Paysandú, y más del 90 por ciento eran varones. Todos son estudiantes de educación media, viven con sus familias y participan en alguna organización de la sociedad civil. También hubo diálogo con los referentes institucionales. En resumen, el estudio afirma que los barrios en los que viven, sus edades y algunas «características estéticas», como la ropa, el pelo y los «modos de habitar» el espacio, son factores que «explican las intervenciones policiales».

A pesar de la gravedad de los relatos que se desarrollarán a continuación, Santiago González, director de Convivencia y Seguridad Ciudadana del Ministerio del Interior (MI), señaló al semanario que aún no leyó el informe, y aunque se le ejemplificó con alguno de los testimonios, dijo que no hablaría de «supuestos» y que prefería no expedirse sobre «un informe que no conozco ni sobre denuncias que no vi». El MI había sido invitado por la INDDHH a la presentación del estudio, pero según Gianina Podestá, del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura de la institución, no asistió, aunque sí se hizo presente el Poder Judicial. La semana pasada, Podestá junto con el director de la INDDHH, Wilder Tyler, presentaron el informe junto con el de Adolescentes en privación de libertad. Situaciones de violencia institucional desde una perspectiva preventiva de la tortura y otros malos tratos a la Comisión de Derechos Humanos de la Cámara de Representantes.

INTERVENCIONES DE RUTINA

Patadas, cachiporra, golpes, manotazos en la nuca, amenazas, maltrato verbal, provocaciones, humillaciones y «manoseo en zonas íntimas» son algunas de las características habituales del accionar policial al momento de detener en la vía pública a los adolescentes, según recoge el informe. Hubo consenso, a su vez, con respecto a que la Policía trata «peor» a los jóvenes que a los adultos. Cabe destacar que ninguno de los casos de detención ocurrió a causa de la comisión de un delito, sino simplemente transitando el barrio.

«Ahora es normal si te agarran, te pegan, y eso es normal. No sé si en otro tiempo habrá sido diferente», afirmaba uno de los entrevistados. «Antes te paraban y te preguntaban a dónde vas o te pedían cédula, ahora no te preguntan nada, solo te cagan a patadas y te abren de piernas», contaba otro. Silva, quien especificó que las instancias de diálogo fueron en setiembre, octubre y noviembre de 2020, no encuentra una asociación directa con la, en ese entonces, reciente Ley de Urgente Consideración, pero afirmó que varios adolescentes mencionaron que, desde que la ley rige, los policías tienen «un poco más de libertad en el despliegue represivo».

Aseguran que las intervenciones de rutina de la Policía están orientadas a «intimidar y atemorizar». De hecho, en los barrios mencionados la noche no es habitable porque «su sola presencia justifica intervenciones policiales para retirarlos del lugar». Según los adolescentes, cómo se visten o cómo caminan son factores de discriminación y, por ende, causas para ser detenidos.

«Ellos juzgan cómo te ves, asocian mucho al turro con el chorro.»
«Paran más a los que están mal vestidos; si andás con la ropa rota, descalzo, sucio o revisando volqueta.» «Ponele un día de frío, los gurises que juegan al fútbol, porque van con una mochila y con la capucha ya son delincuentes.» «Yo cuando andaba con el pañuelito de No a la Reforma en la mochila, me paraban mucho más.» Esos son algunos de los relatos. Por otro lado, el informe concluye que si bien mujeres y niñas no suelen ser detenidas, su rutina incluye el acoso callejero ejercido por la Policía.

La violencia institucional escala al uso de armas: cuchillos, picana, balas de goma. «Me apoyaron la cuchilla en la panza y me decían: “Dale, llorá; decime algo y te apuñalo y digo que te desacataste»», narraba uno de los adolescentes. Otra situación sucedió a la salida del liceo: le pidieron los documentos, le dijeron que se apoyara contra el móvil, pero solo con los dedos.

—No me vayas a tocar mucho el móvil –manifestó el policía.

—Ni que te vaya a manchar el móvil, vamo’ arriba –respondió el joven.

—Vamo’ arriba ¿qué? –le dijo, sacó la picana y se la «dio» en la costilla.

Balas de goma que rozan los cuerpos de los adolescentes o que tiran para arriba con el fin de asustar también forman parte de las cotidianidades relatadas. En una ocasión, uno de los adolescentes había ido a jugar al fútbol a la plaza de deportes, llegó una patrulla, les dijeron que tenían que irse, eran alrededor de las cinco de la tarde, «y uno agarró y cargó el arma para asustarnos».

«Los matamos y los dejamos tirados por ahí», contó que les dijo en otra oportunidad un policía, mientras los amenazaba de muerte con una cuchilla. Sobre esta misma arma, uno de los jóvenes aseguró que les quisieron «encajar un cuchillo para llevarnos para adentro».

El «tirados por ahí» manifestado como amenaza muchas veces se volvió hecho: «Nos metieron adentro de una camioneta, un par de vueltas manzana, nos cagaron a palos y nos dejaron allí donde no hay nadie». «En vez de ir para una comisaría, nos llevaron para una casa. No sé ni para dónde nos llevaron, sé que era cerca de Maroñas, veía por los agujeritos que tienen atrás las camionetas, casi que no te dejan ver, los botones estaban vestidos de particular.»

Algunas circunstancias de las detenciones fueron especificadas por los adolescentes: «Un amigo estaba en el lago tirándoles piedras a los patos, los cuidaparques llamaron a la Policía y lo colgaron en un árbol y le pegaban cachetazos. Lo tenían atado y lloraba». «Por robar Internet en el bar nos llevaron al contenedor rojo de ahí atrás y nos cagaron a palos.»

INDEFENSIÓN, DESCONFIANZA, NATURALIZACIÓN

«Ya es costumbre, ya. Como que decís: “Y bueno ta”. Hay que aguantarlo nomás, porque son varias veces, la primera vez sí estaba cagada, no sabía ni por qué, tenía miedo y todo. Pero ahora siempre es lo mismo, te paran hasta porque vas caminando lento.»

La naturalización de la violencia es uno de los factores que concluye el informe y que le preocupa a Silva. Como consecuencia, los adolescentes tienen una «sensación de indefensión y desconfianza en las instituciones y el mundo adulto». Debido a estas circunstancias denunciar las situaciones de violencia no suele ser una opción. En algunos de los casos más graves, como los últimos narrados, se hizo la denuncia, pero no tuvo mayor éxito. «La Policía no me transmite ninguna confianza, me siento perseguido»; «le tengo más miedo a la Policía que a los chorros», son algunos de los testimonios.

Ante la idea de que lo común es la violencia policial, el informe da cuenta de ciertas estrategias que desarrollaron los adolescentes para reducirla: «pasividad absoluta» cuando los detienen, no asistir a determinados sitios o mostrar documentos que «sirvan de disuasión o reducción de quantum de violencia».

Según Silva, se planea que el año entrante la INDDHH pueda continuar el trabajo con los referentes de las instituciones para que se puedan efectivizar algunas de estas denuncias, resguardando la identidad de las víctimas.

 

Publicado en: Brecha, Edición 1879 Sociedad. Autor Camila Zignago
26 noviembre, 2021

 

 

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