"En su desmesurado y ciego impulso, en su hambruna canina de plusvalor, el capital no solo transgrede los límites morales, sino también las barreras máximas puramente física de la jornada laboral. Usurpa el tiempo necesario para el crecimiento, el desarrollo y mantenimiento de la salud corporal. Roba el tiempo que se requiere para el consumo de aire fresco y luz del sol. Escamotea tiempo de las comidas y, cuando puede las incorpora el proceso de producción mismo, de tal manera que al obrero se le echa comida como si él fuera un medio de producción más, como a la caldera carbón o a la maquinaria grasa o aceite. Reduce el sueño saludable —necesario para concentrar cómo renovar y reanimar la energía vital— a las horas de sopor que sean indispensables para revivir un organismo absolutamente agotado. En vez de que la conservación normal de la fuerza de trabajo constituye el límite de la jornada laboral, es, a la inversa, el mayor gasto diario posible de la fuerza de trabajo, por morbosamente violento y penoso que sea el gasto, lo que determina los límites del tiempo que para su descanso resta al obrero. El capital no pregunta por la duración de la vida de la fuerza de trabajo. Lo que le interesa es únicamente que máximo de fuerza de trabajo se puede movilizar en una jornada laboral. Alcanza este objetivo reduciendo la duración de la fuerza de trabajo, así como un agricultor codicioso obtiene del suelo un rendimiento acrecentado aniquilando su fertilidad."
"La
producción capitalista, que es en esencia producción de plusvalor, absorción de
plus trabajo, produce, por tanto, con la prolongación de la jornada laboral, no
solo la atrofia de la fuerza de trabajo humana, a la que despoja- en lo moral y
en lo físico- de sus condiciones normales de desarrollo y actividad. Produce agotamiento y muerte prematuros de
la fuerza de trabajo mismas. Prolonga, durante un lapso dado, el tiempo de producción del obrero,
reduciéndole la duración de su vida."
"El
capital, por consiguiente, no tiene en cuenta la salud y la duración de la vida
del obrero, salvo cuando la sociedad lo
obliga a tomarlas en consideración. Al reclamo contra la atrofia física y
espiritual, contra la muerte prematura y el tormento del trabajo excesivo,
responde el capital: ¿Habría de atormentarnos ese tormento, cuando acrecienta
nuestro placer (la ganancia)? Pero en líneas generales esto tampoco depende de
la buena o mala voluntad del capitalista individual. La libre competencia impone las leyes inmanentes de la producción
capitalista, frente al capitalista individual, como la ley exterior coercitiva. La fijación de una jornada laboral normal
es el resultado de una lucha multisecular entre el capital y el obrero."
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