sábado, 4 de octubre de 2025

El mapa salarial en Uruguay durante el período 2019-2024

 

La evidencia que se continúa acumulando confirma que desde el bienio 2018-2019 los salarios no solo han declinado, sino que lo han hecho más en los lugares y las ramas de actividad más castigadas.

De no mediar milagros, la bella curva que ilustraba la evolución salarial desde 2005 pronto será un motivo de nostalgia», afirmaba el semanario el 7 de setiembre de 2018 (véase «Fin de un ciclo», Brecha, 7-IX-2018). Un documento del Instituto Nacional de Estadística (INE), publicado el 22 de setiembre pasado, lo confirmó.

Evolución salarial y brecha por sexo en Uruguay (2018-2024) se titula el trabajo que estudia la trayectoria de las remuneraciones en casi todas las ramas del sector privado formal durante seis años.

Su conclusión principal es que «la evolución del salario promedio total por trabajador, medido a precios constantes […], evidencia una trayectoria descendente a lo largo del período». Midiendo la caída de punta a punta, desde el primer trimestre de 2018 al último de 2024, la pérdida se ubicaría en el 4,4 por ciento.

Sin embargo, la curva que dibujan los números de la investigación no es una pendiente neta: tiene sus vueltas. En general, desde el primer trimestre de 2018 al primero de 2019, hubo un aumento del valor real de los salarios, que cayeron fuerte al año siguiente, el primero de la pandemia, y luego -con ires y venires- fueron mejorando algo, sin retornar nunca a su mejor nivel.

Por eso, si la pérdida se establece con relación al mejor resultado de la última administración frenteamplista, la del primer trimestre de 2019, la diferencia es todavía mayor: de un 5,7 por ciento.

Y eso es un promedio de todo el país. En el interior la caída fue mayor. Desde aquel dorado trimestre de 2019, supuso un 8 por ciento y vintenes; algo más del doble de la que sufrieron los asalariados de Montevideo, que fue de un 3,8.

Claro que tampoco el interior del país es homogéneo. Ni siquiera en todos los departamentos el mejor momento fue el verano de 2019, aunque siempre se situó entre 2018 y 2019. Pero impresiona más constatar cuán distintas fueron las caídas.

Desde su pico del verano de 2018 a diciembre del año pasado, los salarios del sector privado de Rivera perdieron prácticamente un quinto de su valor (19,6 por ciento). Los de Lavalleja, en cambio, se deterioraron solo en 1,2 por ciento. Generalizando, puede decirse que en seis departamentos la caída fue superior al 10 por ciento: Salto, San José, Paysandú, Rocha, Maldonado y Rivera, en orden creciente de afectación.

Los niveles salariales nunca fueron parejos a lo largo y ancho del territorio, pero tras la batalla del último sexenio el panorama de desigualdad que ofrece el estudio del INE luce bastante agudo.

Artigas, Rocha y Treinta y Tres muestran la peor situación. En esos departamentos, el valor promedio del salario es inferior al montevideano en más de un 40 por ciento. En un escalón más arriba están los de Flores, Rivera, Salto, Florida y Cerro Largo (inferiores en más de un 30 por ciento). Algo más altas son las remuneraciones medias de Tacuarembó, Soriano, Maldonado, Canelones, Durazno, Colonia y San José (inferiores en más de un 20 por ciento). Los departamentos con un nivel más cercano al de Montevideo serían Lavalleja y Río Negro, donde el salario medio significaría respectivamente el 82 y el 89 por ciento del capitalino.

Ante tal estado de cosas, no deja de sorprender un poco que una vez más, ante la ronda de consejos de salarios en curso, las cámaras vuelvan a entonar la milonga de que los laudos desconocen las diversas realidades regionales. Si adjudicamos un valor de 100 al promedio salarial montevideano, el de Artigas es de 56,85.

MEDIO MILLÓN DE SUMERGIDOS

 

Pero, como se explicaba al comienzo, los investigadores del INE trabajaron con promedios salariales. Y -como repite un amigo en estos casos- en los promedios se ahogan los petisos. Por eso no cabe asombrarse de que, aunque los salarios reales hayan aumentado en promedio un 1,36 por ciento en los últimos 12 meses, la pobreza del primer semestre de este año se mantenga en el mismo nivel del mismo período del año pasado (17,7).

El tamaño de las porciones en que se reparte la torta salarial varía bastante. En 2024, de acuerdo con lo que el Banco de Previsión Social (BPS) informó al semanario, mientras 231.819 trabajadores recibieron remuneraciones de hasta 12.354 pesos, 40.957 percibieron salarios por lo menos 15 veces superiores, es decir mayores a 185.310 pesos.

La disparidad salarial no es la misma en las distintas actividades económicas, pero en todas y cada una de las 22 categorías en que las ordena la Clasificación Industrial Internacional Uniforme Revisión 4 (CIIU), empleada habitualmente, hay trabajadores en los dos extremos. Incluso la glamorosa casilla que agrupa los datos de los trabajadores de las organizaciones extraterritoriales (como las Naciones Unidas o el Mercosur) incluye 11 salarios de 12.354 pesos o menos.

Una parte de estas diferencias salariales se explica, naturalmente, por las diversas cargas horarias que cumple cada trabajador. Por eso, cuando el Instituto Cuesta Duarte (ICD) de la convención sindical elabora sus reportes periódicos sobre remuneraciones sumergidas, las calcula para un escenario en el que todos los ocupados cumplieran 40 horas semanales.

 

Siguiendo ese criterio es que la última edición del informe (publicada el 21 de agosto) concluye que en 2024 hubo 503 mil ocupados cuyos ingresos pueden caracterizarse como sumergidos. Suele aludirse a estos trabajadores como veinticincomilpesistas porque en el penúltimo reporte, sobre la situación en 2023, el valor bajo el cual se consideraba sumergido era de 25 mil pesos líquidos (es decir, después de los descuentos). Pero, desde el período analizado entonces, los precios han seguido subiendo, por lo que ese mínimo también debió ser ajustado y -para diciembre del año pasado- la cifra se ubicó en 27.650 pesos.

¿Debe asumirse entonces que el año pasado 503 mil ocupados percibieron menos de 27.650 pesos por mes? Alejandra Picco, economista del ICD, advirtió a Brecha que conviene tomar algunas precauciones sobre el alcance de esa afirmación.

«Podés tener el caso de un trabajador con un salario muy bajo, pero que, en realidad, para aumentarlo trabaja 60 horas. Entonces sus ingresos reales pueden superar los 27.650, pero nosotros tenemos que homogeneizar la información para aportar una idea cabal de la situación y entonces adoptamos el supuesto de que todos cumplen 40 horas por semana. En todo caso, no estamos muy alejados de la realidad, porque el horario promedio anda en torno a las 39 horas semanales. Ahora, los trabajadores rurales cumplen horarios de 48 horas y -como nosotros calculamos sus remuneraciones por 40- una cantidad importante de ellos resultan ubicados como sumergidos. Sin embargo, si en algún sector nuestro informe sobreestima la cantidad de trabajadores con ingresos sumergidos, en otros los subestima. Otro sector de salarios muy bajos es el de las trabajadoras domésticas. También en ese caso suponemos que cumplen 40 horas, pero en realidad el promedio del sector es de 29. Entonces, de lo que está hablando nuestro informe es de cuánto se paga por puestos de 40 horas de trabajo, no de lo que efectivamente ganan las personas», precisó.

Más allá de las explicaciones que matizan la conclusión principal, esta no agota los contenidos del trabajo del Cuesta Duarte.

EL PELOTÓN

A esta altura, conviene añadir otra aclaración: el universo que abarca el informe del ICD es bastante más amplio que el que contempla la pesquisa del INE o los datos del BPS. El INE reveló el comportamiento de los asalariados del sector privado formal y, en rigor, no todos. Los datos del BPS incluyen a los asalariados públicos y privados que aportan a la seguridad social. Y el ICD, en cambio, obtuvo su información de la Encuesta Continua de Hogares, abarcando al total de la población ocupada (incluyendo cuentapropistas, cooperativistas y patrones), coticen o no a la seguridad social.

 

Es decir que las conclusiones del trabajo del INE son representativas de un universo de 559 mil trabajadores, los datos del BPS corresponden a 1.302.573 cotizantes y los del ICD abarcan a 1.645.000 ocupados.

Y en aquellos más de medio millón de personas que recibirían remuneraciones inferiores a los 27.650 pesos, hay asalariados (293 mil), pero también unos cuantos cuentapropistas, cooperativistas y patrones (210 mil).

Al agrupar a los ocupados en franjas de ingreso, el informe del ICD permite notar que la pérdida salarial de la que también habla el trabajo del INE fue regresiva también a lo largo de la escala de remuneraciones. Un arreglo equitativo del ajuste hubiese significado una disminución del porcentaje de las remuneraciones ubicadas en la franja más alta, pero sucedió lo contrario.

Entre 2019 y 2024, el porcentaje de ocupados con remuneraciones mayores a 55.300 pesos (a valores de diciembre de 2024) se mantuvo en el 28 por ciento del total. En cambio, aunque la cosa mejoró algo de 2023 a 2024, entre el último año del segundo gobierno de Tabaré Vázquez y el último de la administración de Luis Lacalle Pou el porcentaje de ocupados con remuneraciones sumergidas pasó del 28 al 30 por ciento.

El informe del Cuesta Duarte ayuda también a limitar la sospecha de que esos ingresos rotundamente insuficientes corresponden generalmente a personas muy jóvenes, que las gastan en diversión, pilchas y electrónica, mientras el hogar familiar les sigue asegurando techo y milanesas.

Es cierto que esos ingresos son mucho más frecuentes entre los más jóvenes. El 51 por ciento de los menores de 25 años gana menos de 27.650, mientras que entre los mayores de 55 años eso «solo» le sucede al 20 por ciento. A la vez, solo la cuarta parte de los ocupados que reciben salarios sumergidos viven en hogares ubicados por debajo de la línea de pobreza. El 68 por ciento de ellos, en tanto, viven en hogares pobres. Se trata de 123 mil trabajadores. Nada menos.

El trabajo del ICD se pregunta, como el del INE, por la dimensión territorial de la distribución salarial, pero en lugar de ordenar los datos por departamento, considera las diferencias entre la población de las localidades urbanas que cuentan con más de cinco mil habitantes, las localidades con menos de esa cantidad y las áreas rurales. Y así comprueba que el porcentaje de remuneraciones sumergidas se incrementa siguiendo esa secuencia: es un 24 por ciento en las localidades más grandes, un 33 en las pequeñas y un 34 en las áreas rurales.

Consecuentemente, es entre los trabajadores de la ganadería, la agricultura y la pesca donde los salarios sumergidos están más presentes, representando el 45 por ciento de los ocupados del sector. En el servicio doméstico la situación es parecida: un 42 por ciento de las trabajadoras de esta actividad recibirían remuneraciones de este tipo aún si consiguieran trabajar 40 horas. En la hotelería y la gastronomía la restricción afecta al 39 por ciento de los trabajadores, y la misma proporción se encuentra en el comercio.

Por cierto, son sectores de tamaño desigual, así que se trata de cantidades de personas muy disímiles: en la hotelería y la gastronomía el porcentaje de trabajadores con salarios sumergidos significa 17 mil individuos; en el agro, 32 mil; en el servicio doméstico, 39 mil, y en el comercio, 75 mil.

Pero estas son solo las actividades en que la proporción de salarios bajos es más alta. El informe encuentra cantidades significativas de trabajadores en esta situación en 14 de las 22 categorías de la CIIU, incluida la industria manufacturera, a pesar de que promedialmente exhibe las remuneraciones más altas, y donde hay 28 mil trabajadores -muy probablemente trabajadoras- padeciendo estas estrecheces.

Alejando la mirada y observando conjuntos más amplios, el informe constata también que la presencia de remuneraciones sumergidas es ampliamente mayoritaria entre los trabajadores informales, abarcando al 62 por ciento, y prácticamente marginal en el sector público. En este último caso se encontró a
10 mil personas que, según Picco, podrían ser trabajadores de los programas sociales de empleo que la Encuesta de Hogares registró algo desprolijamente.

¿Y AHORA QUÉ?

Bien leído, el trabajo del ICD tiene una implicancia inmediata: hay 64.500 trabajadores formales que, aun trabajando 40 horas por semana, no logran salir de la pobreza: más de la mitad (36.500) ganan salarios sumergidos; 5.500 ganan menos de 16.950 pesos. «Esto evidencia que, en el marco de los consejos de salarios, todavía existe un amplio margen para mejorar la remuneración de los trabajadores más vulnerables y afectar por esta vía la pobreza monetaria», escriben sus redactores.

En cada mesa de negociación las alternativas para avanzar en esto pueden ser diferentes. Al 30 de junio pasado, el salario mínimo de las trabajadoras domésticas era de 29.400 pesos por 44 horas semanales. Es decir, 23.520 pesos en la mano por trabajar 8 horas de lunes a viernes y 4 los sábados. Es decir, un salario sumergido de acuerdo con el parámetro del Cuesta Duarte. Para no serlo, a esta altura del año debería ser un líquido de 28.421 pesos, y solo por 40 horas.

Dado su monto, el salario del trabajo doméstico está ubicado en la franja de aquellos que podrían recibir aumentos mayores acordes a las pautas presentadas por el Poder Ejecutivo. Pero aun si el ajuste alcanzara el 3,3 por ciento señalado allí como tope, para este semestre, descontando la inflación esperada, significaría apenas un 1,81 por ciento real.

Para llegar a fin de año con un valor equivalente al mínimo planteado por el Cuesta Duarte, el aumento debería ser cercano al 9 por ciento, lo que está muy lejos de lo señalado.

Sin embargo, el caso tiene una singularidad y es que -como se ha ventilado últimamente- se trata de una actividad en la que no se ha establecido una categorización y -como plantea el sindicato- no es lo mismo ocuparse solo de la limpieza, que también de la cocina o del cuidado de personas (y aún en este caso: niños, adultos mayores y personas con discapacidades diversas pueden significar esfuerzos de índole diversa) (véase «Nos subestiman demasiado», Brecha, 29-VIII-2025).

Crear categorías implica establecer mínimos más altos de acuerdo con el nivel de responsabilidad, y haciéndolo quizá el resultado signifique un cambio más sustancial sin contravenir la pauta.

Pero en el caso del trabajo doméstico también cuenta que, como señalaba Picco, el promedio de horas trabajadas es bajo, de 29 horas semanales, y es muy probable que esto no sea por deseo de las trabajadoras, sino por las responsabilidades de cuidados que asumen frente a sus propias familias.

En esto, el Parlamento tendrá también cosas que hacer (o tal vez, evitar hacer). Al proyecto presupuestal todavía le queda mucho por andar, pero en ese camino sería de desear que los recursos asignados a los cuidados y a la atención de la infancia y la adolescencia no pierdan un peso en el tironeo.

Titulo original: El mapa salarial en Uruguay durante el período 2019-2024 La caída. Autor:  Salvador Neves . Brecha 3 octubre, 2025